23/04/2025
Hace unos días tuve un debate con unos colegas, reflexionamos en torno a los pacientes que abandonan la psicoterapia basada en evidencia para acudir con terapeutas sin formación clínica y/o con personas que trabajan en el coaching o charlatanería como las Constelaciones, flores de Bach, etc.
La pregunta circundante fue: ¿Por qué la gente prefiere una mentira reconfortante a elaborar la verdad?
Bueno, basado en mi experiencia puedo afirmar que las mentiras reconfortantes son como cobijas calientitas en una noche fría: no resuelven nada, pero se sienten bien. La verdad, en cambio, es como agua helada en la cara: te despierta, te sacude, pero a veces duele.
Ahora, psicológicamente, hay varias razones:
1. Evitan el dolor emocional: La verdad suele implicar responsabilidad, cambio, o aceptar algo incómodo (como que uno no es tan buena persona como cree, que una relación no va bien, o que algo va a terminar). Las mentiras dulces apapachan el ego.
2. Regulan la ansiedad: Creer algo reconfortante, aunque sea falso, puede calmar la angustia. Por eso a veces preferimos no saber ciertos diagnósticos, no revisar el estado financiero, o negar que una relación está rota.
3. Refuerzan nuestra identidad o narrativa: Si la verdad choca con lo que creemos sobre nosotros o el mundo (“yo soy buena madre”, “mi pareja me ama”, “tengo el control”), la rechazamos. Las mentiras reconfortantes nos ayudan a mantener esa historia interna sin fisuras.
4. Evitan conflictos: A veces preferimos no decir o no escuchar la verdad porque sabemos que va a traer pleito, ruptura o incomodidad.
5. La verdad implica acción: Saber algo te obliga, al menos éticamente, a hacer algo. Y eso da flojera o miedo. La mentira te permite quedarte donde estás.
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