27/04/2025
El Ego: Nuestro Compañero de Vida
El ego es una presencia constante en nuestra existencia, como una sombra que nos sigue a donde vamos. No es un enemigo ni un intruso. Es parte de nosotros, una voz que susurra en nuestros pensamientos, que se esconde en nuestras palabras, que tiñe nuestras acciones con su sutil influencia. A veces nos protege, otras nos traiciona, pero siempre está ahí, moviendo los hilos invisibles de nuestras emociones y decisiones.
Nos gusta creer que lo controlamos, que lo hemos trascendido. Pero el ego es astuto. Se viste de humildad cuando quiere engañarnos, se disfraza de altruismo cuando aún busca reconocimiento, se esconde detrás de la modestia cuando en el fondo espera ser visto. No se marcha cuando creemos haberlo vencido; simplemente cambia de forma.
Pero, ¿qué es realmente el ego? No es solo orgullo ni vanidad, no es solo la creencia de ser mejores o más importantes. Es también esa punzada en el pecho cuando no recibimos el reconocimiento esperado. Es la incomodidad cuando otros brillan más que nosotros, la herida oculta cuando alguien elige a otro antes que a nosotros. Es esa sensación de injusticia cuando, a pesar de haber dado lo mejor, la vida parece favorecer a otros.
El ego es quien nos hace preguntarnos:
¿Por qué no me valoran como yo valoro?
¿Por qué mi esfuerzo no da los frutos que esperaba?
¿Por qué el destino premia a unos y castiga a otros?
Es el ego el que nos compara, el que nos convence de que debemos demostrar, justificar, sobresalir. Nos dice que debemos proteger nuestra imagen, que mostrar vulnerabilidad es un riesgo, que fallar nos hace menos valiosos. Nos obliga a construir máscaras: una para la sociedad, otra para la familia, otra para los amigos… y en el proceso, a veces olvidamos cuál es nuestro verdadero rostro.
Pero el ego, que tantas veces nos hace tropezar, no es el villano de esta historia. Es un maestro disfrazado de obstáculo, una lección envuelta en desafío. No se trata de eliminarlo, porque su energía es parte de nuestra humanidad. Pero sí podemos transformarlo.
Cuando dejamos de buscar afuera la validación que solo puede encontrarse dentro, el ego comienza a perder poder. Cuando nos atrevemos a mirar nuestras heridas sin miedo, sin vergüenza, sin el deseo de encubrirlas con éxitos o reconocimiento, el ego se silencia.
No se trata de aniquilarlo, sino de domesticarlo. De hacer que su voz sea un susurro y no un grito. De aprender a escuchar sin obedecer.
Cuando el ego deja de ser nuestro amo y se convierte en nuestro sirviente, descubrimos que podemos celebrar sin arrogancia, brillar sin eclipsar, amar sin poseer. Aprendemos a poner límites sin violencia, a reconocer nuestra valía sin la necesidad de aplausos, a caminar sin la carga de la aprobación ajena.
El ego nunca desaparece del todo. Seguirá susurrándonos dudas, comparaciones, miedos. Pero cuando nos volvemos conscientes de su juego, dejamos de ser sus prisioneros. Entonces sucede algo maravilloso: nos descubrimos más grandes que él.
Porque no somos nuestro ego. Somos la consciencia que lo observa. Somos el espacio silencioso entre los pensamientos. Somos la calma detrás de la tormenta emocional.
Y en esa verdad, en ese despertar, encontramos la libertad.
La libertad de ser, sin demostrar.
La libertad de amar, sin esperar.
La libertad de existir, sin miedo.
Porque habremos recordado quiénes somos en realidad. Y eso, el ego jamás podrá arrebatárnoslo...✍🏻