
14/09/2025
No eras masculina mujer divina.
Eras una niña. Una niña que tuvo que disfrazarse de fuerte porque nadie cuidó de su fragilidad. Te obligaron a endurecerte, a esconder la flor de tu femineidad como quien guarda un tesoro para que no lo destruyan.
Tu energía masculina no nació contigo: la tejiste para sobrevivir.
Era tu armadura, tu refugio, tu manera de decir “aquí estoy, aunque tiemble por dentro”. Y aunque nadie lo entendió, aunque te señalaron por ser dura, lo cierto es que esa dureza fue tu salvación.
Ahora mírate: sigues de pie.
Gracias a esa coraza llegaste hasta aquí, mujer.
Pero quiero que lo sepas: ya no estás en peligro.
Ya no necesitas esconder lo más tierno de ti. Puedes dejar que tu femineidad respire, que tu dulzura regrese sin miedo, que tu suavidad se asome sin ser aplastada.
La niña que fuiste no fue fría, no fue mala, no fue extraña.
Fue valiente.
Tuvo el coraje de proteger lo más sagrado de sí misma hasta que llegara este momento: el momento de abrazarte completa, con tu fuerza y con tu ternura, con tu fuego y con tu agua.
Hoy, mujer, puedes decirle a esa niña: “Gracias por salvarme. Yo te abrazo. Y te amo tal como eres.”