12/05/2025
“El sabor de lo sencillo”
En un rincón humilde del mundo, donde las paredes respiran historias de esfuerzo y los techos son testigos de sueños callados, vivía Doña Clara con sus dos hijos, Sofi y Matías. Su hogar no era grande ni lujoso, pero en él abundaba algo más valioso que cualquier riqueza material: amor y gratitud.
Cada tarde, cuando el sol comenzaba a rendirse, Clara preparaba la cena con lo poco que tenía, pero con todo el corazón. Esa tarde en particular, hizo un guiso sencillo con arroz blanco, acompañado de una ensalada fresca que sus hijos ayudaron a cortar. No era un banquete digno de revista, pero sí un festín de unión, risas y calor de hogar.
Mientras servía la comida, sus hijos no podían contener la alegría. Reían, no por lo que había en el plato, sino por lo que ese momento representaba: mamá sonriendo, comida caliente y un hogar lleno de paz. Clara, con las manos marcadas por el trabajo y el rostro adornado por la sonrisa más genuina, miraba a sus hijos y pensaba: “Quizá no tenga todo, pero tengo lo que más importa.”
En un mundo donde a menudo se mide la felicidad por lo que se posee, Clara y sus hijos nos enseñan que la verdadera riqueza está en lo que se comparte: una comida sencilla, una risa sincera, una mirada que dice “aquí estoy para ti.”
Porque al final del día, la humildad no es escasez, sino saber valorar lo que se tiene. Y la felicidad no siempre viene en forma de lujos, sino en momentos como este: una madre, dos niños, y un plato de comida hecho con amor.
-Del muro de Jaime Vásquez-