01/11/2025
"El adicto necesita la mirada de la madre”
La frase suena sencilla, pero encierra un mundo: no hablo solo de que la madre mire físicamente, sino de una mirada que contiene —que reconoce, que valida, que dice sin palabras “estás aquí y te importa”. Esa mirada es alimento emocional: calma la angustia, regula el cuerpo, enseña a confiar.
A veces esa mirada faltó. Otras veces la madre la dio y el hijo no la recibió: por miedo, por trauma, por un temperamento sensible o por experiencias tempranas que hicieron que su percepción se cerrara. Dos verdades pueden convivir: la madre creyó que cuidó, y el hijo creyó que no fue suficiente. Ambas pueden ser verdad al mismo tiempo.
¿Qué significa “la mirada de la madre”? Es atención sostenida, escucha que no juzga, presencia que no rescata pero que no abandona; es la consistencia de un cuidado repetido que enseña a tolerar el malestar. No es permiso para ser perfecto; es permiso para ser humano.
Cuando esa mirada falla —por enfermedad, por depresión, por ansiedad, por sobrecarga o por código afectivo de la propia madre—, el niño aprende a buscar consuelo en otras cosas. La sustancia puede aparecer como sustituto: promete calma, compañía y un silencioso “ya no te siento solo”. Pero ese consuelo es falso y caro.
Madres: si lees esto, escucha con ternura: no eres culpable por sentir culpa. La mirada que no estuvo muchas veces fue consecuencia de lo que la madre misma llevaba: miedo, carencia, hábitos aprendidos. No es excusa, pero sí explicación. Y esa comprensión puede liberar y abrir camino a cambiar lo que hoy duele.
Para quien consume: entender que lo que añoras no es solo atención, es contención, puede ser el primer paso para pedir ayuda distinta. La terapia, un grupo, una figura que sostenga sin resolver por ti, te enseñan a construir dentro la mirada que quizá te faltó afuera.
La reparación existe: no borra la herida, pero permite integrarla. Se logra con presencia repetida, con palabras que nombran el dolor, con límites amorosos y con espacios donde te devuelvan la dignidad. Eso es lo que verdaderamente reemplaza el falso abrazo de la sustancia.
Si te tocó esto, comparte: que más personas entiendan que detrás de cada consumo hay un hambre de mirada y que mirar con amor y constancia puede ser el primer remedio.