
29/07/2025
Por años la ignoré…
La quise esconder entre logros, títulos, y relaciones que me hicieran sentir suficiente.
Me daba vergüenza lo que sentía, lo que lloraba, lo que callaba.
Me desesperaba su fragilidad.
Me exasperaba su miedo a ser dejada.
Y sin darme cuenta, cada vez que alguien me abandonaba… era ella la que se rompía.
Hoy volví a verla.
Estaba ahí, sentada en una esquina de mi memoria, con el vestido arrugado y la mirada baja.
No pedía nada, solo que la viera. Solo eso: que no la siguiera negando.
No quise consolarla con frases bonitas.
No le hablé como coach, ni como adulta.
Le hablé como quien regresa a casa.
Y le dije: “No tenías que ser valiente. No tenías que aguantar. Solo eras una niña…”
Entonces lloró. Y yo también.
Lloramos por cada vez que se tragó el miedo para no molestar.
Por cada vez que creyó que si era perfecta, no la iban a dejar.
Por cada vez que confundió amor con sacrificio, y presencia con pertenencia.
Hoy no la quise cambiar.
Solo la abracé.
Con ternura.
Con paciencia.
Con todo lo que a ella le faltó.
Y entendí algo:
Cuando dejas de exigirle fuerza a tu niña interior, algo mágico sucede…
Ya no vives desde la herida.
Empiezas a vivir desde la compasión.
No sé si esto sea sanación.
Pero sé que es un comienzo.
Firmado:
La Mujer Que Soltó el Hilo