24/07/2025
"Ser psicólogo no me impide sentirme roto a veces. Me hace más humano."
A veces uno llega a casa y no quiere hablar con nadie. Ni siquiera con uno mismo. Hay días en que el consultorio queda vacío, pero por dentro estás lleno de preguntas que nadie te enseñó a responder. Porque ser psicólogo no te hace inmune al dolor. No te hace invencible. Y mucho menos te libra del caos.
Hay una fantasía allá afuera —a veces incluso dentro del gremio— de que el terapeuta debería tenerlo todo claro. Que no debería enredarse, que no debería tambalear. Como si haber estudiado psicología fuera una vacuna contra las propias heridas. Pero la verdad es que el conocimiento no siempre protege. A veces, solo te da lenguaje para nombrar mejor lo que duele.
He estado ahí. En sesiones donde escucho a alguien describir exactamente lo que yo estoy atravesando. En silencios que se alargan porque siento que no tengo nada que ofrecer. En ese momento en que uno se pregunta si está siendo útil, si de verdad está acompañando o solo está repitiendo lo que ha leído. En la línea fina entre sostener y desbordarse.
Pero algo he aprendido en este camino: no hay que estar entero para acompañar. Hay que estar presente. Hay que estar dispuesto. No para salvar al otro, sino para no abandonarlo. Y eso, incluso en días oscuros, sigue siendo posible. Ser psicólogo no es ser perfecto. Es ser lo suficientemente honesto como para no huir, incluso cuando tiembla todo por dentro.
También me he dado cuenta de que mi humanidad no es una falla técnica. Es una brújula. Porque desde ahí puedo mirar con ternura, puedo sostener sin juicio, puedo permitir que alguien se desplome sin necesidad de levantarlo rápido. Lo he hecho conmigo, y eso me permite hacerlo con otros. No siempre. No sin errores. Pero sí con compromiso.
De: Psicointegralis