01/05/2025
                                        Esa función del cuerpo de intentar resolver las adversidades, es una tarea que se mantiene a lo largo de toda nuestra biografía. Tal vez, imaginar que el cuerpo siempre busca resolver los embrollos de desamor a lo largo de toda la existencia. En general, no somos justos ni amorosos con nuestro cuerpo. Le hacemos pagar los platos rotos de nuestra incapacidad para enfrentar el sentir. Y, esos platos rotos, se vuelven síntomas. El cuerpo, entonces, grita, brama, el dolor que la consciencia ha silenciado.
Esta es una salida que termina estancando las cosas si se evade la tarea que el cuerpo propone a través del síntoma. El cuerpo dice: “yo me hago cargo mientras tú juntas las fuerzas para enfrentar esos sentires de los cuales huyes”. Y, claro, de modo habitual desertamos del desafío y el síntoma se transforma en cronicidad. El trauma no es el problema, el problema somos nosotros que continuamos jugando a las escondidas con el sentir. Hay que dar un paso hacia el sentir, abrazarlo, aunque duela. No autoengañarnos con “descargas” que alivian, pero no sanan y, muchas veces, se convierten en tapaderas para seguir igual. Ni tampoco autoengañarnos con explicaciones que adormecen el impulso a evolucionar.
Los sentires no son congruentes, ni son disquisiciones mentales. Son una revolución que quebranta los sistemas de creencias y de razones que hemos creado, en nuestra vida, y a las cuales nos aferramos. Los afectos son hostigadores de la verdad y se presentan, a la percepción, bajo la forma de irrupción y disrupción. La irrupción afectiva es una manifestación violenta de algo que estaba contenido y que de pronto emerge. Un estallido emocional explosivo y congestivo. Una descarga que puede funcionar como resiliencia y reparación, inclusive aliviar mucho, pero ahí queda. Mas que nada, es liberación de tensión. La disrupción, en cambio, es la ruptura de una forma de bloquear el sentir que cancela e impide la evolución de las personas. Por lo tanto, este proceso disruptivo de los afectos conduce a la transformación, al descubrimiento de talentos que estaban dormidos, a la evolución. Los afectos, cuando brotan de la profundidad de nuestro Ser, no solo son registros del pasado sino, también, posibilidades de futuros desiguales. Y no hay afecto más disruptivo que el amor. Bach lo sabía. ¿Nosotros?
Artículo por Eduardo H. Grecco
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