
22/06/2025
Pensé que era solo una rozadura…
Así empezó todo.
Un pequeño enrojecimiento en el costado de mi hijo.
Como si la piel se hubiera irritado al jugar, al sudar, al correr.
No había herida, no había golpe.
Pero él me decía que le ardía.
Y al día siguiente… las ampollas comenzaron a aparecer.
Ahí fue cuando el miedo se me metió en el pecho.
El dolor que sentía era diferente.
Lo miraba apretar los dientes, doblarse por momentos,
como si algo le quemara por dentro.
Corrimos al médico pensando en una infección común de la piel.
Pero lo que tenía era algo que jamás imaginé escuchar en un niño tan pequeño:
Herpes zóster.
La famosa culebrilla.
—“¿Cómo?”, pregunté.
—“Pero si es un niño…”
El médico me explicó que el virus de la varicela, ese que una vez tuvo de bebé,
se había quedado dormido en sus nervios.
Y ahora, por alguna razón —estrés, baja de defensas, quién sabe—, despertó con fuerza.
Lo que más me dolía no era solo verlo así.
Era saber que, si no se trata a tiempo, este virus puede dejar secuelas que duran años.
• Dolor crónico.
• Infecciones.
• Alteraciones en la visión o el oído.
• Problemas para dormir, para jugar, para vivir sin miedo.
Hoy estamos en tratamiento.
Las ampollas están secando.
Pero todavía me duele verlo con ese ardor, con esa molestia.
Me duele no haber sospechado antes.
Por eso escribo esto.
Porque tal vez, alguien más está viendo una “rozadura” en su hijo ahora mismo…
y cree que no es nada.
⚠️ No subestimes:
👉 Un ardor que no tiene causa.
👉 Ampollas en línea, en un solo lado del cuerpo.
👉 Dolor que parece más interno que superficial.
A veces, lo que parece insignificante…
es un virus que nunca se fue.
Solo estaba esperando.
Y cuando ataca, lo hace en silencio, pero con furia.
—
Advertencia: Esta historia es de carácter educativo y no reemplaza la valoración profesional. Ante cualquier sospecha, consulta con personal de salud calificado.
El diagnóstico y tratamiento oportuno marcan toda la diferencia.