14/02/2024
Adicción a la felicidad
¿Nos hemos hecho “adictos” a ser felices?
La felicidad siempre ha sido objeto de reflexión para el ser humano. Desde hace siglos se ha venido cuestionando qué es exactamente ser feliz y qué se debe hacer para lograr ese estado, en el cual el sufrimiento parece no tener cabida.
Sin embargo, todas las aspiraciones alrededor de ese concepto que llamamos felicidad han escalado a otro nivel en los últimos años, algo ha influido por elementos como las redes sociales y la publicidad. Vivimos en una sociedad capitalista, donde la felicidad ha pasado de ser un elemento abstracto a un bien de consumo más.
Las empresas lo saben y es por ello que, de una forma más o menos indirecta, todo aquello que se puede comprar va encaminado de una u otra forma a brindarnos felicidad: una prenda, un viaje, una experiencia, una casa o un coche. Toda esto nos ha convertido en una sociedad “adicta” a la felicidad. El dolor, el sufrimiento y las emociones desagradables se demonizan más que nunca.
Se persigue lo bonito, lo cómodo, lo agradable y satisfactorio. Nos enseñan que hay que ver el lado bueno de las cosas, dejar de llorar y sonreír cada mañana, ir siempre hacia adelante sin detenernos y decirnos palabras optimistas. Porque no hacerlo significa, según esta lógica del positivismo tóxico, sentirnos tristes o abatidos y eso sería sinónimo de una vida fracasada.
Si tú también has caído en esta trampa hoy venimos a contarte la otra cara de la moneda desde la perspectiva de la psicología. Lo cierto es que todas y cada una de nuestras emociones, incluso aquellas desagradables como la ira o la tristeza, son igualmente necesarias. Cada una cumple una función particular, cada una tiene su razón de ser. Incluso, aquellos estados desagradables son incluso más importantes para nuestra supervivencia que los considerados socialmente positivos.
Gracias a las emociones hemos llegado hasta aquí como especie. La tristeza nos permite atraer a los demás y recibir ayuda, así como parar y reflexionar para recomponernos. El enfado nos ayuda a defendernos y marcar territorio cuando alguien nos pisa. La culpa nos permite corregir errores. Incluso, la vergüenza nos ayuda a mantenernos alineados con lo que el grupo social espera de nosotros para evitar una posible exclusión.
Precisamente, las personas que disfrutan de una mejor salud mental son aquellas que mantienen una relación adecuada con todo su abanico de emociones. Cuando demonizamos nuestros estados internos difíciles, tratamos de hacerlos desaparecer en lugar de transitarlos. Con frecuencia, esto da lugar a dinámicas disfuncionales que, tratando de ser una solución, no hacen más que agravar aún más el malestar inicial.
Entender que nuestras emociones son nuestras consejeras y no nuestras enemigas es crucial para una adecuada salud emocional. La felicidad en sí no es un objetivo real, la vida fluye y en ella es necesario que tengan lugar todos los estados emocionales.
Curiosamente, cuando aceptamos esta realidad dejamos de vivir en lucha con nosotros mismos, escuchamos lo que sentimos y actuamos en consecuencia.