15/11/2025
Tener una hija de un año después de tantos años de infertilidad es una bendición que se siente en cada rincón del corazón. Cada risa de ella, cada pasito torpe, cada mirada luminosa es un recordatorio de que los milagros existen y que llegan, muchas veces, cuando el alma ya estaba cansada de esperar.
Verla cumplir su primer año es contemplar la victoria de la fe sobre la incertidumbre. Es recordar noches de lágrimas, días de dudas, silencios que pesaban y oraciones que parecían no tener respuesta. Pero hoy, al verla sana, fuerte y llena de vida, todo ese camino cobra sentido. Su sola presencia es una respuesta divina que llegó en el momento perfecto.
Sus manos pequeñas que se aferran, sus ojitos curiosos que buscan al mundo, su voz que empieza a descubrir sonidos… cada detalle es un regalo que la vida quiso conceder después de tanta espera. Ella es un “sí” de Dios después de una larga temporada de “todavía no”.
Y por eso, cada día con ella se vive con un agradecimiento profundo. Gracias a Dios por su salud. Gracias por su llegada. Gracias por transformar años de vacío en un amor tan grande que desborda. Gracias por convertir un deseo que parecía inalcanzable en la realidad más hermosa.
Porque esta hija no solo cumplió un año.
Ella cumplió un sueño.
Un sueño que se rezó, se anheló y finalmente se hizo carne en una pequeña vida que hoy ilumina todo.