17/05/2025
NO ES INCLUSIÓN. ES INCRUSTACIÓN.
Nos han reiterado constantemente que ya estamos en tiempos de inclusión.
Pero lo que muchos viven… no es inclusión.
Es incrustación.
Es insertar al alumno autista en una escuela que no se ha transformado.
Es hacerlo parte del aula sin modificar el aula.
Es hacerlo visible, pero no escuchado.
Presente, pero no partícipe.
Adentro, pero a la fuerza.
Y cuando eso no funciona, porque no puede funcionar, culpan al alumno por no adaptarse.
A la familia por no seguir las reglas.
Al diagnóstico por ser “demasiado difícil”.
Pero no.
No es el niño quien falla.
Es la escuela la que aún no ha aprendido a recibirlo.
Lo que muchos llaman inclusión es, en realidad, un acto de violencia estructural:
incrustar a un niño autista en un sistema inflexible, sin preparación, sin ajustes, sin comunidad.
Y eso tiene un nombre.
Lo dijo con claridad Daniel Comin: incrustación.
No inclusión.
No transformación.
Solo apariencia de cambio.
Este concepto incomoda.
Pero incomoda porque muestra lo que el sistema aún se niega a reconocer:
que no basta con abrir la puerta si adentro nada cambia.
Porque la inclusión real no se mide por la presencia.
Se mide por la participación, la pertenencia y la posibilidad de transformar el entorno juntos.
Y sí, hay escuelas que lo están intentando.
Equipos que, con o sin todos los recursos, han empezado a hacer cambios reales.
Pero siguen siendo la excepción.
Y mientras lo sean, debemos seguir nombrando lo que falta.
No escribo esto desde el juicio.
Lo escribo desde la responsabilidad.
Y en próximas publicaciones hablaré de lo que sí se puede hacer: modelos reales, no ideales.
Prácticas que no incrustan, sino que transforman.
Porque el cambio es posible.
Pero solo si dejamos de normalizar lo que daña.
Porque si no hay transformación, lo que hay…
no es inclusión.
Es incrustación.
Por: Luis Antonio Hernández
Eko Autismo