10/11/2025
𝗘́𝗹 𝗹𝗮 𝗼𝗱𝗶𝗮𝗯𝗮. Habían vivido juntos quince años. Quince largos años viéndola todas las mañanas. Pero en el último, un puñado de sus pequeñas costumbres comenzó a desesperarlo. Había una, sobre todo, que lo volvía loco: cada día, todavía acostada, estiraba los brazos y decía con voz suave:
- Buenos días, mi sol! Hoy será un gran día!
💣Una frase cualquiera, pero verla así con la cara hinchada de sueño y los brazos flacos levantados. Le causaba un rechazo que no sabía explicar.
💣Ella se levantaba despacio, iba a la ventana, miraba unos segundos hacia afuera y luego, sin prisa, se quitaba la bata para meterse al baño. En otros tiempos, cuando recién se casaron, él se volvía loco por su cuerpo, por esa libertad casi descarada que tenía. Y aunque seguía siendo esbelta, ahora solo le molestaba verla. Una mañana incluso pensó en empujarla, solo para que se apurara, pero se contuvo y solo alcanzó a gritarle: Apúrate, ya me harté❗️
💣Ella no tenía prisa por vivir. Sabía de su amante, incluso conocía a la muchacha con la que él se veía desde hacía tres años. El tiempo había cubierto sus heridas con una calma triste: ya no le dolía, solo se sentía innecesaria. Le perdonaba todo, su frialdad, su indiferencia, su deseo de sentirse joven otra vez. Pero no dejaba que nada le robara la paz. Vivía a su ritmo, saboreando cada minuto.
💣Había decidido hacerlo así desde el día que recibió el diagnóstico. Una enfermedad silenciosa la consumía poco a poco, y sabía que tarde o temprano ganaría. Al principio pensó contarle a su familia, compartir el peso, llorar con alguien. Pero eligió el silencio. Cada día que pasaba, su cuerpo se debilitaba y su espíritu se volvía más sabio, más observador.
💣Su refugio era una pequeña biblioteca, a hora y media de camino. Todos los días iba hasta ahí, buscando entre los estantes viejos un rincón con un letrero escrito a mano: “Los secretos de la vida y la muerte”. Siempre esperaba encontrar un libro que le diera todas las respuestas.
💣Él, mientras tanto, iba con su amante. Todo ahí era cálido, alegre, familiar. Llevaban tres años juntos, y él “la amaba” con una pasión enfermiza: celos, arrepentimiento, ansiedad por su juventud. Ese día decidió que era momento de divorciarse. Para qué seguir fingiendo? Pensó. No amo a mi esposa. La odio. Sacó del bolsillo una foto de ella, la rompió en pedazos y se sintió libre.
💣Habían acordado verse en el restaurante donde seis meses atrás celebraron su aniversario número quince. Ella llegó primero. Él, antes de salir, pasó a casa a buscar unos papeles para el divorcio. Rebuscando en los cajones, encontró una carpeta azul oscuro que nunca había visto. La abrió esperando descubrir pruebas de algo, pero lo que halló fueron decenas de análisis médicos, estudios y recetas, todos con su nombre.
💣El impacto fue como una descarga eléctrica. El corazón le dio un vuelco. “Está enferma…”, murmuró. Corrió a la computadora, buscó el nombre de la enfermedad y leyó: de seis a dieciocho meses de vida. Hizo cuentas. Habían pasado ya seis. Se le nubló la vista. Solo repetía en su cabeza: seis a dieciocho meses.
💣Ella, mientras tanto, caminaba por la ciudad disfrutando el sol tibio del otoño. Pensaba: “Qué extraño, qué hermosa es la vida”. Por primera vez desde que supo su destino, sintió compasión por sí misma. Miraba a la gente feliz, pensando en el invierno que llegaría… y la primavera después. A ella ya no le tocaría verlo. Y por fin lloró.
💣Él, desesperado, no podía quedarse quieto. De golpe comprendió lo efímero de todo. Recordó los años buenos, cuando recién se casaron, cuando se amaban sin condiciones. Sintió una culpa tan grande que casi lo ahogó. Los últimos días se dedicó a cuidarla, acompañarla, vivir a su lado. Descubrió un tipo de felicidad que jamás había sentido: la del amor sin deseo, sin orgullo. Temía perderla, hubiera dado la vida por mantenerla viva.
Si alguien le hubiera dicho que un mes antes la odiaba, habría respondido: “Ese no era yo”.
💣La vio irse poco a poco, luchando contra el dolor, llorando de madrugada cuando creía que él dormía. Supo que no hay castigo más cruel que conocer la fecha del final. Dos meses después, ella murió. Él cubrió de flores el camino desde la casa hasta el cementerio. Lloró como un niño mientras bajaban el ataúd. Envejeció de golpe.
💣Días después, encontró bajo su almohada una nota escrita de su puño y letra:
Mi deseo de Año Nuevo: ser feliz con él hasta el final de mis días.
💣 Dicen que los deseos de Año Nuevo se cumplen.
Tal vez sea cierto. Porque ese mismo año, él escribió el suyo: "Ser Libre:
💣Y así fue: cada uno obtuvo exactamente lo que pidió. Aunque el precio fuera el alma.