10/05/2025
Hay mañanas en las que uno se despierta sin ser del todo consciente del milagro que eso representa. Abrimos los ojos, respiramos, nos levantamos, y a menudo lo hacemos como si fuera un acto más, como si estuviera garantizado. Pero no lo está. Y mucho menos lo está el ver a los nuestros bien, con salud, con vida. Eso, aunque a veces pase desapercibido, es ya una victoria. Eso es ganar.
Porque cuando te despiertas y escuchas una risa familiar, ves a alguien que amas preparándose para su día, compartes un desayuno, un abrazo o incluso un silencio… estás tocando con los dedos uno de los regalos más valiosos que puede darte la vida. Y es tan sencillo, tan cotidiano, que lo olvidamos. Pero ahí está la verdadera riqueza.
Mientras el mundo corre y la rutina empuja, se nos escapa la gratitud. Se nos olvida que el hoy no está prometido. Ayer, muchas personas se fueron. Algunas sin avisar, otras tras una larga batalla. Y no volverán. Por eso, cada nuevo amanecer debería ser motivo suficiente para sonreír, para dar gracias, para vivir con más presencia.
No se trata de negar las dificultades, los retos o el cansancio. Se trata de recordar que, a pesar de todo, seguimos aquí. Que nuestros seres queridos siguen aquí. Que aún tenemos la oportunidad de decir "te quiero", de pedir perdón, de comenzar de nuevo, de reír un poco más, de preocuparnos un poco menos.
La vida es frágil, y el tiempo es breve. Pero mientras dure, cada día que amanece es una nueva posibilidad. Una página en blanco. Una oportunidad para valorar lo que ya tenemos, no solo lo que anhelamos. Porque el verdadero tesoro está en lo simple: en un café caliente, en una conversación sincera, en una mirada que entiende sin palabras.
Hoy es un regalo. No lo desaproveches. Ámalo, agradécelo, vívelo.