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También brindar mayor conocimiento en materia psicológica a los usuarios interesados a través de cursos, talleres y platicas.

02/06/2025
02/06/2025
22/05/2025
15/05/2025
15/05/2025

El padre puede no estar, puede haberse ido, puede incluso haber fallado… pero nunca deja de ocupar su lugar en el corazón de un hijo. Y mientras ese lugar no sea honrado, el alma del niño queda incompleta.

Desde muy pequeños, los niños y niñas necesitan a su padre. No solo para recibir protección, guía o normas, sino porque en él descubren una parte esencial de su identidad.

¿Qué representa el padre en la vida de un hijo?
Representa la fuerza para salir al mundo.
Representa la ley que protege, no que castiga.
Representa el impulso hacia la autonomía, la claridad en las decisiones, el sostén emocional que acompaña sin sofocar.

La niña que ha sentido la presencia sana de su padre aprende a confiar en los hombres. Aprende que puede ser amada sin tener que mendigar atención. Aprende que puede poner límites y al mismo tiempo abrir su corazón.
El niño, por su parte, necesita mirar a su padre y encontrar allí un modelo de fuerza, de responsabilidad, de presencia. A través de él, el niño aprende a separarse de mamá y reconocerse como un ser distinto, capaz de tomar decisiones, de asumir su camino.

¿Y qué pasa cuando el padre está ausente?

No se trata solo de una ausencia física. A veces, el padre está pero no está: no mira, no habla, no protege, no guía. Otras veces, simplemente no aparece.
Y entonces, en ese vacío, el niño o la niña crecen con una pregunta sin respuesta:
¿Dónde está mi padre? ¿Qué hice para que no se quede? ¿Cómo debo ser para merecer su presencia?

Ese dolor silencioso, muchas veces negado o reprimido, se convierte en patrones invisibles:

Mujeres que eligen hombres ausentes, emocional o físicamente, repitiendo inconscientemente la historia de abandono.
Hombres que nunca se atreven a crecer del todo, porque temen convertirse en el padre que su madre no amó.
Hijos que rechazan al padre por lealtad a la madre, pero que en el fondo se alejan también de una parte de sí mismos.
Cuando una madre habla mal del padre, sin querer, le hace daño al hijo.
No solo porque le siembra resentimiento, sino porque le roba la posibilidad de amar su origen completo.
Un hijo es 50% mamá y 50% papá.
Si se le niega uno de esos lados, se le niega la mitad de su ser.

El padre cumple una función emocional irremplazable
Su presencia ayuda a construir el sentido de seguridad interior.
Es quien “abre la puerta” al mundo.
Es quien le dice al hijo, con su mirada y su actitud:
“Tú puedes. Confío en ti. Estoy aquí.”

Cuando el padre falta, muchas veces se produce una fusión entre madre e hijo: una cercanía emocional excesiva, donde el hijo asume el rol de compañero, protector o incluso “pareja emocional” de mamá. Esta dinámica, aunque parezca amorosa, carga al niño con un peso que no le corresponde y distorsiona sus futuras relaciones.

Sanar la relación con el padre no es justificar lo que hizo o dejó de hacer.
Sanar es mirarlo como el hombre que te dio la vida.
Reconocer que sin él, no estarías aquí.
Y asumir que tú puedes ser más grande que su ausencia.

Qué opinan?

21/04/2025

Un límite firme educa más que mil advertencias sueltas.👇
Dices “no puedes salir”... pero después cedes. Castigas, pero al rato te arrepientes y quitas la consecuencia. Y te preguntas por qué tu hijo no te toma en serio.

No es que no entienda… es que ya aprendió que tus límites no se sostienen. Y eso no educa. Eso confunde.🫠

📊Cuando tus límites cambian según tu humor, tu hijo no se siente libre… se siente inestable. Cada vez que prometes una consecuencia y no la cumples, le quitas el peso emocional.
Y él camina por la vida como por una cuerda floja: dudando, desconfiando, desequilibrado… probando suerte, a ver si esta vez el castigo se cumple o no, sin asumir responsabilidades ni respeto por nada.

Los límites no son castigos. Son cuerdas de seguridad. Si no se sostienen… él tampoco.

Ejemplo con ejercicio:💭
Alicia, mamá de Tomás (15), le advirtió que si no llegaba a tiempo, no saldría el fin de semana. Tomás volvió tarde. Pero ella, al verlo tranquilo, le dijo: — “Bueno… solo esta vez te dejo salir.”
Una semana después, lo mismo. Alicia notó que su hijo ya no respetaba ningún horario. Entonces decidió aplicar el ejercicio:

👉Eligió 3 reglas innegociables con consecuencias claras. Las escribió en un papel, las conversaron juntos y las pegaron en la nevera.
La siguiente vez que Tomás llegó tarde, no salió el fin de semana. No hubo gritos. Solo coherencia.👏

Explicación del ejercicio: 🔩
Define reglas que no vas a cambiar por cansancio, culpa o miedo. Cuando tu hijo ve que se sostienen, empieza a respetarlas.

🗣️Frase práctica para aplicar:
“Esto no es castigo. Es una consecuencia. Lo hablamos y acordamos, y yo también tengo que cumplirlo.”

Consejo final 🌟
No necesitas muchas reglas. Solo reglas claras y firmes. Si tus palabras se doblan… tu autoridad y la educación de hijo también.

Es correcto!
21/04/2025

Es correcto!

21/04/2025

Tu hijo se marchita cuando tu amor no se refleja en lo que haces cada día.
Le dices que lo respetas… pero lo corriges con gritos.
Le pides que confíe… pero lo interrumpes con enojo.
Le hablas de amor… pero lo lastimas con frases que se le clavan en el pecho.
Y cada vez que la corrección viene con grito, sin afecto y la norma sin coherencia,
su autoestima se quiebra. Su confianza se agrieta.
Y lo que debería educar… termina doliendo.
Una planta no crece con gritos. Y un hijo no florece si lo corriges desde el juicio.
Corregir con afecto y coherencia es lo que verdaderamente educa.

Ejemplo con ejercicio real:
Una tarde, Mariana, madre de Joaquín (15), entró al cuarto y encontró todo desordenado otra vez.
Sintió la rabia subir. Estaba a punto de explotar.
Pero respiró profundo.
Y no gritó. No criticó.
No ofendió. Y sobre todo, no avergonzó a su hijo.
Salió de la habitación, fue a la cocina, agarró una hoja y escribió:
“Tu cuarto no está ordenado. Acordamos que si eso pasaba, hoy no hay videojuegos. Mañana puedes recuperarlo. Estoy para ayudarte si lo necesitas.”
Dejó la nota sobre el control de la consola. No dijo una sola palabra más.
Esa noche, Joaquín salió, incómodo, pero no discutió.
Y por primera vez en semanas… ordenó su cuarto sin que nadie se lo pidiera.
Mariana no gritó.
Pero su coherencia habló más fuerte.

Explicación del ejercicio:
No es lo que corriges… es cómo lo haces.
Si tu hijo recibe solo dureza, su corazón se endurece.
Pero si lo mirás con afecto antes de corregir, su mente se abre al aprendizaje.

Preguntate antes de hablar:
¿Esto lo estoy enseñando con mi ejemplo?
¿Estoy siendo coherente con lo que quiero formar?

Frase práctica para el día a día: “No solo quiero que me escuches. Quiero que me creas. Por eso voy a empezar por mostrarlo.”

La corrección sin afecto, y sin coherencia, pesa más de lo que imaginas.
Pero cada vez que corriges con respeto, y sostienes lo que dices con amor firme…
Tu hijo no se rompe. Se fortalece. No se marchita. Florece.

Una planta al igual que tu hijo, no se marchita por falta de discursos…
Se marchita por falta de cuidado verdadero.

🌱Hoy, puedes empezar a regarlo distinto.

27/06/2024
27/06/2024
26/06/2024

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