Psicología en pareja con Omar.

26/06/2025

25/06/2025

30/05/2025

28/05/2025

27/05/2025

27/05/2025

Cuando su hija se fue a vivir sola, Marta no lloró frente a ella.

Le ayudó a empacar, le llenó la alacena, le compró unas toallas nuevas y hasta le escondió un sobre con dinero en el cajón de los calcetines… “por si acaso”, escribió en una nota pequeña que nunca firmó.

Cuando cerró la puerta, el silencio fue más fuerte de lo que esperaba. No era solo que ya no escucharía el secador por las mañanas, o los pasos apresurados antes del trabajo. Era otra cosa.

Era el hueco en el corazón que queda cuando alguien que era parte de tu rutina… deja de serlo.

Marta no era una madre invasiva. Nunca llamaba demasiado. Nunca preguntaba más de lo que su hija quería contar. Pero cada semana dejaba algo en el perchero de la entrada: una bufanda tejida, un tarro de sopa casera, un abrigo limpio… “por si un día venías de sorpresa y hacía frío”.

A veces la hija venía, a veces no. A veces se quedaban hablando hasta tarde. Otras, solo pasaba a dejar la ropa para lavar. Pero Marta nunca reclamaba. Nunca hacía sentir culpa. Solo amaba. En silencio, en gestos, en detalles que parecían pequeños… pero que eran todo.

Una vez, mientras limpiaba la mesa, encontró una nota en el reverso de un ticket:

“Mamá, aunque ya no viva aquí… este siempre será mi hogar.”

Y entonces, Marta entendió que amar en silencio no era amar menos. Era solo aprender a amar de otro modo.

Porque a veces, el mayor acto de amor… es esperar. Sin hacer ruido.

Moraleja:
Ser madre de una hija adulta no es soltar del todo… es aprender a sostener desde lejos, sin invadir, sin imponer, solo estar. Porque hay amores que, aunque no se vean, son los que más protegen… como un abrigo en el perchero, por si un día hace frío.

22/05/2025

20/05/2025

14/05/2025

14/05/2025

SOMOS LOS HIJOS DE PADRES QUE NO FUERON A TERAPIA

Somos los hijos de quienes hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían. Crecimos entre silencios que ocultaban lo que nunca se habló, entre normas que no se cuestionaban y emociones que se contenían hasta volverse invisibles. Aprendimos a leer gestos más que palabras, a sobrevivir en la incertidumbre de lo que no se decía y a encontrar sentido en lo que, para ellos, no tenía nombre.

No se trata de juzgar su nivel de conciencia, sino de comprender que cada generación carga con el peso de su propia historia, que nuestros padres también fueron hijos de un tiempo en el que la vulnerabilidad era un lujo y la introspección, un camino poco transitado. Ellos crecieron en un mundo donde las heridas no se nombraban, solo se sobrellevaban. Donde los límites eran rígidos o inexistentes. Donde el amor se demostraba con sacrificios, no con palabras.

Y sin embargo, aquí estamos. Aprendiendo a poner en palabras lo que ellos no pudieron decir. A reconocer los miedos que nos fueron heredados sin culpa. A darnos el permiso de sentir sin miedo al juicio. Porque sanar no es culpar, es entender que lo que recibimos fue lo que ellos supieron dar. Es mirar con compasión su historia y con responsabilidad la nuestra.

Somos los hijos de padres que no fueron a terapia, pero hemos elegido un camino distinto. Nos toca trascender lo aprendido sin despreciarlo, construir sin destruir, honrar sin repetir. Nos toca aceptar que no podemos cambiar el pasado, pero sí transformar su eco en nuestra vida. Nos toca abrazar nuestras heridas con ternura, convertirlas en fuentes de sabiduría y permitirnos ser, con cada paso, la generación que abre el camino a nuevas formas de amar, de vivir, de estar, de Ser.

Ven a terapia ❤️‍🩹
Agenda tu cita online: https://wa.link/3o76ut ✅

06/05/2025

01/05/2025