26/02/2025
"Yo era un bosque y me habitaban muchas criaturas", expresó con voz dulce al regresar de un sueño profundo.
Sentada en su sillón reclinable, en flor de loto, con luz tenue, incienso en el ambiente y música de compañía, María cerraba sus ojos y se dejaba llevar... hasta el regreso de la siguiente contracción, que la hacía integrarse por un breve momento a la realidad.
Sus mascotas, en su ser mamífero, custodiaban el espacio. Entraban y salían de la habitación cual guardianes; en los momentos exactos, se alejaban para dejar que esta mamífera continuara con su parto.
Mientras María se apropiaba del proceso, Daniel la observaba con un brillo en los ojos. Se acercaba con tal sutileza que lograba entrar en ese bosque y ser parte de él, de todo.
Cuando María despertó y entró a la regadera, Daniel y Nadia la acompañaron con su guía, música y canto. Todo iba en flujo natural, sin prisa.
Vaya sorpresa regresar a la habitación y sentir cómo el agua de la tina se había derramado, como si el agua buscara correr para seguir los pies de ese bosque... Ahí comenzó la locura de cambiar de tina (vaciar, desinflar, inflar, llenar de nuevo) para que, al momento del nacimiento, estuviera lista para ellas. Subimos y bajamos algunas veces para calentar el agua en la estufa y ayudar al flujo de la regadera, que era doblemente usada.
El tiempo se detuvo, y cuando regresó a su cauce, el agua estaba de nuevo caliente, lista para ser vientre y contención.
Cuando entró a la tina, en mis adentros surgió el impulso de cantar. Yo quería respetar el silencio y, sin pensarlo, ya le susurraba una canción, y sin pensarlo, Daniel cantaba conmigo.
Qué mágico aquel momento en que Ayla llegó a este plano, entre la tibieza del agua, el canto de su padre y el soporte de mamá.
Gracias, familia, por el honor de haberles acompañado en esta transformación. Les llevo en mi corazón, honro su proceso y el camino que en ese mes de noviembre iniciaron.
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