08/07/2025
…Esperaba una guía, un mapa, alguien que la ubicara en el mundo de los vínculos como se ubica un punto en el GPS: con instrucciones claras para llegar a destino.
Cada sesión abría con la misma pregunta formulada de distinto modo: ¿Qué tengo que hacer para relacionarme bien? Yo escuchaba la demanda, pero no respondía. No por omisión, sino porque el análisis no se trata de decirle al otro qué hacer. Con el tiempo, esto comenzó a notarse: ella ya no exigía tanto una respuesta. Empezó, en cambio, a hablar distinto. A escuchar sus palabras con extrañeza, a interrogarse desde otro lugar. A veces con ironía, otras con dolor, pero ya no con esa urgencia de saber qué estaba mal en ella.
Una vez me dijo: “Siempre sentí que tenía que encajar, actuar de determinada manera para que me quieran. Pero cuando me esfuerzo por ser lo que el otro espera, termino más sola que nunca.” Esa frase me quedó dando vueltas.
Fue entonces cuando lo que empezó a aparecer en su relato no era tanto la imposibilidad de vincularse, sino una estructura de sobreadaptación que la dejaba fuera de sí. Se perdía en el intento de ser adecuada. No se autorizaba a incomodar, a interrumpir, a estar mal. Y en ese ideal del “bien relacionarse”, desaparecía.
Hubo un momento clave. No fue una revelación abrupta, sino un pequeño gesto. En vez de preguntarme qué hacer, me contó un sueño. Sin esperar que yo lo interpretara. Solo lo trajo. Y al contarlo, se reía. Ahí entendí que algo se había movido. La angustia ya no cerraba el sentido, dejaba lugar al juego. Y en ese juego, ella comenzaba a ubicarse de otra forma en sus vínculos.
No fue que aprendió “a relacionarse bien”. Fue que dejó de intentar encajar. Se animó a presentarse con su voz propia, con sus dudas, su deseo y también con sus límites. Y descubrió, no sin tropiezos, que había otra manera de estar con otros: no desde el deber ser, sino desde su singularidad. No como alguien que busca ser querida, sino como alguien que se da el permiso de no saber quién es del todo, pero se sostiene en ese no saber.
El análisis no le resolvió la vida. Le ofreció un espacio para habitarse de otro modo. Y con eso, el lazo ya no fue una trampa sino una posibilidad.