22/05/2025
Había una vez una hormiguita que se llamaba Toño. Y a Toño le encantaba trabajar… pero de verdad, ¿eh?
Todas las mañanas, bien tempranito, se ponía a chambear con alegría y ganas. Era súper trabajador y siempre andaba de buen humor.
Un día pasó volando un abejorro que se llamaba Pablo. Vio a Toño trabajando feliz y pensó: “Esto no está bien… alguien tiene que supervisar a este cuate”.
Y así fue como creó una empresa que llamó “HormigaProMx”, y se puso él mismo como director general.
Toño siguió trabajando como siempre, sin distraerse. Y la empresa, la neta, crecía bastante. Pero…
A Pablo se le ocurrió que hacía falta alguien que controlara todo lo que hacía Toño. Y contrató a un escarabajo pelotero que se llamaba Esteban para que fuera el supervisor.
Toño seguía chambeando, pero ahora tenía que reportarle a Esteban todos los días: cuántas hojitas había cargado, cuántas semillitas había traído, todo.
Y como eran muchos reportes, contrataron a una asistente: la araña Zoila, que contestaba el teléfono, archivaba los papeles y anotaba todo lo que se decía.
¿Y Toño? Pues Toño… seguía trabajando. Y trabajando. Y trabajando.
Pablo, mientras tanto, feliz con los informes. Pero quería más gráficas, más tablas, más estadísticas. Así que contrataron a un nuevo asistente: un cucaracho que se llamaba Pedro.
Le compraron laptop, impresora a color, todo el kit. Porque según esto, sin eso, “no se puede trabajar bien”.
Y fue entonces cuando a Toño se le empezó a ir la alegría…
Ahora trabajaba menos y se la pasaba haciendo reportes. Ya ni silbaba, ni se reía tanto.
Pablo notó que algo andaba mal. Y decidió crear un nuevo departamento: “Departamento de Energía y Motivación Laboral”.
Puso de jefe a un chapulín que se llamaba Yayo, que en cuanto llegó, se armó una oficina con persianas, aire acondicionado y un sillón bien suavecito.
A Yayo le pusieron un asistente más, que se encargara del presupuesto, de los planes mensuales y de monitorear que Toño no se volviera loco.
Pero para ese entonces, Toño ya no sonreía. Ya no cantaba.
Y ya no aguantaba más reportes, ni papeles, ni computadoras, ni a Pablo, ni a Yayo, ni a Esteban, ni a Zoila… ni siquiera el trabajo le gustaba como antes.
Y cuando Pablo vio que la productividad se había caído, contrató a una consultora: la lechuza Soledad.
Ella se pasó tres meses dando vueltas al cuello (literal), observando, tomando notas… y finalmente dio su diagnóstico:
— En esta empresa hay demasiado personal.
¿Y saben a quién corrieron primero?
¡A Toño!
Porque, según dijeron, últimamente andaba muy serio, medio de malas y ya no ayudaba al ambiente laboral.
¿La moraleja?
Muchas veces, quienes más trabajan, son los menos valorados.
Pero sin los Toños de este mundo, ningún “escarabajo pelotero” ni “chapulín motivacional” llega muy lejos.