03/03/2025
Siento la necesidad de hablar sobre algunas ideas que han estado rondando en mi mente últimamente. He recibido varios comentarios y me he encontrado con situaciones que me han hecho reflexionar sobre las grandes exigencias que enfrentamos los psicoterapeutas, y la impresión de que, a veces, las expectativas hacia nosotros son poco realistas. En general, parece que se espera que siempre estemos en nuestra mejor versión: decir las palabras correctas, en el tono adecuado, en el momento preciso, y además, que nos separemos completamente de nuestras emociones para no "contaminar" las interacciones con los consultantes.
Aunque todo lo que menciono anteriormente es totalmente deseable, la realidad es que no siempre es posible. Los terapeutas también somos humanos y cometemos errores, como cualquier otra persona. Y cuando eso ocurre, las críticas pueden ser muy duras. Lo más frustrante es cuando, tras un error de un terapeuta, alguien se "desilusiona" de la psicología como si ese error de una sola persona fuera a desacreditar toda la disciplina. Como si, por un fallo o una condición humana, todo lo que sustenta la psicología —con sus leyes, principios y respaldo científico— dejara de ser válido. Lo peor es que, en lugar de darle otra oportunidad a la psicoterapia, a su proceso o a su terapeuta, muchas personas prefieren ir en busca de "opciones alternativas", pensando que si un terapeuta no les funcionó, entonces toda la psicoterapia está condenada al fracaso. Lo mucho peor es que esas pseudoterapias, rituales o estrategias resultan ser muy poco eficaces a largo plazo. Pareciera que muchas veces lo que las personas buscan no es un cambio real, sino sentirse validados, aunque eso mantenga patrones de pensamientos y comportamientos que les generan problemas. Esto puede ser muy "cómodo", pero no es funcional si lo que se quiere es realmente cambiar conductas o afrontar los problemas psicológicos de fondo. Un buen proceso de psicoterapia NO ES CÓMODO, pero tampoco debe ser insoportable, no polaricemos. Un buen terapeuta dirá cosas que te confronten, que no te gusten, que te hagan sentir que "estás mal", pero también te acompañará, te ofrecerá opciones y te orientará hacia tus objetivos. Intentará hacerlo de manera amena, agradable y acorde a tu estilo y personalidad, pero recuerda, tu terapeuta también tiene su estilo y personalidad. No puede ser un camaleón que se adapte 100% a ti, aunque lo intente. (Ten en cuenta esto para que tus expectativas sean realistas, esto es a lo que me refiero cuando hablo de "errores").
Es curioso cómo, en otras profesiones, un error humano no afecta la percepción del profesional. Si un médico se enferma, nadie cuestiona su capacidad como médico. Si un vendedor de autos no tiene coche, eso no afecta cómo lo ven sus clientes. Pero en psicoterapia, se nos exige una perfección psicológica y comportamental que, aunque deseable y valiosa, no siempre podemos mantener. Y cuando no logramos cumplir con esas expectativas, las críticas pueden ser muy duras.
Algunos comentarios que he escuchado incluyen cosas como: "sentí que solo quería sacarme dinero" (porque cobró por su servicio, o terminó la consulta en el tiempo establecido), "me regañaba"- porque el consultante no cumplió con los acuerdos de lo que trabajaría entre sesiones y se revisó en la sesión, "me hizo pagar la consulta aunque le avisé (10 minutos antes) que no iba a asistir"- que aunque no esté en el reglamento, no entiendo tal falta de respeto y trabajo de una persona, y un laaaaargo etcétera.
Muchas veces, las personas no consideran que el terapeuta también es una persona, con su propia historia y proceso de aprendizaje. Nosotros también enfrentamos desafíos, y a pesar de que nuestro trabajo es ayudar a los demás, tenemos nuestros propios altibajos. No estoy justificando actitudes que puedan ser problemáticas, pero creo que es importante reflexionar sobre cómo muchas veces las expectativas hacia los terapeutas son unilaterales.
Por ejemplo, el consultante puede cancelar una sesión, pero si se le cobra la consulta, se asegura que "solo quiere sacar dinero". Si intenta motivar y "empujar" los cambios, a veces es visto como "presión"; si no eligió las palabras o el tono adecuados en una que otra ocasión (aclaro, no debe ser siempre) es causal de no contestar mensajes o cancelar el proceso (ocurre mas de lo que se podria pensar). El consultante puede sentirse incómodo con algo que dijo el terapeuta, pero no lo comunica, y se espera que el terapeuta adivine qué pasó y lo corrija. Si esto ocurre, en vez de verlo como una oportunidad para trabajar juntos, muchas veces se evita la conversación y se abandona el proceso. Cuando el terapeuta intenta guiar al consultante hacia sus objetivos, este puede sentirse "regañado" o presionado. Es normal que esto suceda, pero sería genial que, en vez de dejar el proceso o abandonar la terapia, el consultante se sienta libre de comunicarlo. Evitar la conversación solo complica las cosas, y lo peor es que a veces se habla mal del terapeuta sin darles la oportunidad de corregir lo que sucedió.
No estoy defendiendo comportamientos totalmente inaceptables, ni estoy diciendo que todos los terapeutas sean perfectos. Pienso en algunos colegas que se han equivocado, que no vieron las cosas desde la misma perspectiva que su consultante o que cometieron errores en la forma, pero estoy convencida de que su intención era genuina: ayudar a las personas con las que trabajaban.
Mi propuesta es simple: si tu terapeuta tiene muchas cualidades positivas, no abandones el proceso solo por un error. HABLALO. En el mejor de los casos (porque no puedo garantizar que todos reaccionen bien), te escuchará, intentará mejorar y te explicará su punto de vista. Esto puede ser una gran oportunidad de aprendizaje para ti. Comunicar lo que no te funciona de forma asertiva es mucho más productivo que evitarlo o cambiar de terapeuta constantemente.
Por supuesto, aclaro que no todos los terapeutas son adecuados para todas las personas, y nadie debería quedarse con un terapeuta que no le funcione. Pero estoy hablando de los casos en los que cometemos errores, porque, al final, los terapeutas también somos humanos.