03/06/2025
LA ESCUCHA QUE SANA
Se habla mucho del valor de la escucha. Se enseña, se aconseja, se promueve. Y para muchos, escuchar parece implicar simplemente guardar silencio mientras el otro habla, o intervenir lo menos posible. Pero la verdadera escucha sanadora va mucho más allá. No se trata solo de estar en silencio, sino de estar presente sin juicio.
Ese es el verdadero secreto, y también el mayor desafío: escuchar sin interpretar, sin comparar, sin apresurarse a resolver o corregir, sin filtrar lo que se oye a través del lente del ego.
Escuchar sin juzgar es profundamente difícil porque nuestra mente está entrenada para evaluar, para opinar, para categorizar. Escuchamos a alguien contar una experiencia dolorosa y enseguida pensamos si estuvo bien o mal, si se equivocó, si lo que haríamos nosotros es diferente. Muchas veces, incluso cuando creemos estar escuchando, en realidad estamos esperando nuestro turno para hablar, o preparando una respuesta genial para que el otro "se sienta mejor".
Pero la escucha sanadora no busca corregir el dolor del otro, sino darle espacio. No ofrece soluciones inmediatas, sino presencia incondicional. Y eso solo puede ocurrir si dejamos que el otro sea, sin tratar de ajustarlo a nuestros propios mapas mentales.
¿Por qué esto sana?
Porque muy pocas personas han sido escuchadas de verdad. Porque cuando alguien nos escucha sin juicio, sentimos por un momento que nuestro mundo interior es válido, que no estamos solos, que podemos relajarnos dentro de nuestra humanidad tal como es. Es en ese espacio donde muchas veces comienza la sanación emocional.
La escucha sanadora no necesita soluciones inmediatas. Lo que ofrece no es un consejo, sino un espacio seguro. Un lugar donde la otra persona puede dejar de defenderse, dejar de fingir que está bien, dejar de explicarse. Y eso solo ocurre si la sentimos libre del juicio. Solo ocurre si quien escucha repite internamente —con humildad y compasión—:
“Esto no se trata de mí.”
Entonces, quizá valga la pena detenernos un momento y mirar hacia adentro.
¿Escucho para comprender o para responder?
¿Alguien confiaría en mí para contarme una verdad dolorosa, sabiendo que no lo juzgaré?
¿Mi presencia alienta la apertura o provoca que el otro se cierre más?
La respuesta no siempre es fácil. Pero el camino hacia la verdadera escucha comienza justo ahí: donde dejamos de defendernos y comenzamos, de verdad, a estar.
AQUI ESTOY. NO PARA CAMBIARTE, SINO PARA QUE SEAS
No te escucho solo con los oídos,
sino con el alma que calla y espera,
sin prisa, sin juicio, sin armadura,
como el cuarto en penumbra que espera una vela.
No vengo a ofrecerte respuestas,
ni a curarte lo que aún no entiendes,
solo a quedarme a tu lado en silencio
mientras tu mundo por dentro se mueve.
Si hablas con rabia, no me defiendo.
Si lloras, no corro a secar tus p***s.
Si dudas, no busco convencerte,
ni darte razones, ni abrirte esquemas.
Padre que escucha sin corregir,
hijo que atiende sin resentir,
amigo que está sin preguntar,
pareja que sabe cuándo no hablar.
Porque escuchar no es llenar vacíos
con frases que alivian pero no abrazan,
es sostener tu dolor como propio
sin hacerlo mío, sin darte la espalda.
Es repetir dentro de mí
cada vez que tu voz me atraviesa:
“Aquí estoy. No para cambiarte,
sino para que seas.”
Así, cuando alguien se acerque temblando,
con palabras torpes, heridas abiertas,
sabrá que mi pecho no juzga su historia,
ni mi mirada exige respuestas.
Solo soy un lugar que no exige forma,
ni tiempo, ni fuerza, ni máscaras puestas.
Solo soy tu espejo más hondo y callado,
el que no distorsiona, el que solo refleja.
Y si algún día me toca a mí
sentirme perdido entre sombras y brechas,
espero encontrar en tus ojos sinceros
el mismo refugio que hoy te ofrezco sin tregua.
Aquí estoy. No para cambiarte,
sino para que seas.