18/09/2025
Imagina que tienes una taza de café en la mano. Has tomado miles de cafés en tu vida. Ya sabes cómo huele, cómo sabe, cómo se siente en tu lengua. Y porque “ya lo sabes”, te desconectas de lo que tienes enfrente. Te lo bebes mientras piensas en tus pendientes o revisas el celular.
Eso es la mente experta.
La mente experta es muy útil: nos permite caminar sin pensar en cada paso, manejar un auto sin repasar cada movimiento. Pero cuando dejamos que esa mente domine por completo, la vida se vuelve repetición. Vivimos dentro de lo conocido, de lo esperado, de lo “ya sé”.
La mente de principiante abre otra posibilidad. Es acercarte a esa misma taza de café como si fuera la primera vez en tu vida. Notar el calor en tus dedos, el aroma que sube, la textura en tu boca.
No porque no lo hayas vivido antes, sino porque eliges mirar con curiosidad, sin la certeza de “ya sé qué es esto”.
La diferencia entre mente experta y mente de principiante no es de capacidad, es de actitud:
La mente experta dice: “Esto ya lo conozco, no necesito verlo de nuevo”.
La mente de principiante dice: “Esto puede sorprenderme, quiero descubrirlo”.
En terapia, cuando te invito a usar mente de principiante, lo que estoy proponiendo es que te acerques a tus pensamientos y emociones sin clasificarlos de inmediato como “malos”, “peligrosos” o “insoportables”. Más bien, obsérvalos como si fuera la primera vez que aparecen en tu vida. Con curiosidad, con apertura.
Y en esa curiosidad está la libertad. Porque ya no estás atrapado en repetir viejas respuestas dictadas por la mente experta. Empiezas a descubrir opciones, flexibilidad, vida.