
11/07/2025
Encontremos una mirada diferente, para comenzar una transformación
Cada niña y niño es un mundo en construcción.
No son una palabra rápida, ni una definición limitada, ni un juicio momentáneo. Son seres humanos que se están formando, que sienten, que se preguntan, que tropiezan y se levantan con la esperanza de ser comprendidos.
Cuando se les señala con frases como “flojo”, “inquieto”, “difícil” o “lento”, no solo se reduce su complejidad, también se lastima lo más valioso: su derecho a ser reconocidos desde su integridad. Aquello que parece una simple palabra, muchas veces se convierte en una herida que cala hondo. Y lo más doloroso: algunos comienzan a creérselo y a vivir desde esa mirada ajena.
El riesgo de etiquetar no está solo en lo que decimos, sino en lo que dejamos de ver. Al centrarnos en lo que “falta” o “no encaja”, perdemos de vista lo que sí está: su historia, su sensibilidad, sus preguntas, su lucha diaria por aprender a ser.
¿Qué caminos podemos tomar en lugar de etiquetar?
• Mirar con cercanía y apertura. Cada conducta guarda un mensaje, muchas veces más emocional que conductual.
• Nombrar sin juzgar. Es distinto decir “no presta atención” a reconocer que “parece distraerse cuando algo le preocupa”.
• Valorar lo invisible. Detrás de un esfuerzo hay una intención que merece ser reconocida, aunque el resultado aún no sea perfecto.
• Escuchar antes de concluir. Antes de definir, acerquémonos. A veces el contexto, el cansancio o una emoción contenida explican más que cualquier etiqueta.
• Responder con ternura. Las niñas y los niños florecen cuando alguien les recuerda que son importantes, que pueden, que no están solos.
Dejemos espacio para que la infancia sea un terreno fértil de descubrimiento, no un lugar donde carguen con definiciones ajenas. No vinieron a cumplir expectativas, sino a desplegar su esencia.
Acompañemos con respeto. Acompañemos con humanidad.
Tomado de la web con modificación en la redacción.
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