
29/06/2025
En medio de esta violencia que abruma a México. Un funesto suceso, nuevamente de agresión a quien cura, ayuda a sanar o a veces solo puede acompañar, pero ahí está siempre…
🖤🕊️ ✝️🕯️
“Homenaje al Dr. Librado de la Torre. No murió. Lo asesinaron. Pero sus manos siguen aquí.”
Hay manos que golpean.
Hay manos que matan.
Y hay otras —muy pocas— que salvan.
Las manos de los médicos no son sagradas, pero sí son únicas. No porque hayan sido ungidas por un dios ni bendecidas por alguna suerte de sacerdocio moderno, sino porque han sido formadas en el fuego de la entrega y en la paciencia del saber. Porque han sostenido cuerpos rotos, han tocado pieles temblorosas, han cerrado párpados, han abierto vientres, han presionado corazones, han detenido sangrados, han dado diagnósticos con voz firme y han acariciado con silencios. Las manos de los médicos son, más que hábiles, valientes. No se limitan a curar: acompañan, sostienen, tocan más allá del cuerpo.
Ayer, un par de manos criminales arrebató a este mundo a uno de esos seres humanos extraordinarios: mi amigo Librado De La Torre Campos, médico nefrólogo, maestro de la técnica y del humor, hombre entrañable, compañero de batallas académicas y de sueños clínicos.
Nos lo arrebataron. Brutalmente. Y junto con él, arrancaron la posibilidad de vida a cientos de pacientes que esperaban por un trasplante, por una esperanza, por una segunda oportunidad. Nadie parece entender que no mataron a uno: mataron a muchos.
Pero no vengo a hablar de su muerte, sino de sus manos.
Porque Librado tenía unas manos diferentes.
Manos que utilizaba con precisión matemática al hacer biopsias, pero también con una ternura desarmante. Manos que ponían catéteres y que abrazaban. Manos que sabían leer los silencios de un paciente que ya no tenía fuerzas para pedir ayuda.
Manos que no se olvidan.
En este país, donde los médicos somos muchas veces más blanco que brújula, más carne que ciencia, más enemigo que salvador, lo que más duele es que ya ni la vocación garantiza sobrevivir.
Nos enseñaron a curar, no a escondernos.
A resistir guardias, no balas.
A usar guantes, no chalecos antibalas.
¿Vale la pena? ¿Sigue valiendo la pena?
Nos preguntamos eso, cada vez con más frecuencia. Porque la medicina no es rentable en términos emocionales, no lo es si a cambio del prestigio se nos exige el alma, si el precio del cuidado es la salud mental, si la factura del compromiso se paga con la vida.
Hoy quiero decirles a mis colegas:
No somos dioses.
No somos máquinas.
Tampoco mártires.
Somos humanos con un talento excepcional.
Y tenemos derecho a vivir.
Librado deja un legado. Deja un centro de trasplantes funcionando, deja hijas que lo miraron trabajar hasta dejarse el cuerpo, deja pacientes que hoy lloran la muerte de quien les salvó la vida. Pero sobre todo deja huellas. En las aulas, en los quirófanos, en las memorias de quienes lo vimos reír en la cafetería “Las Güeras,” donde una vez pidió, con esa sonrisa tan suya, que mejor le dijeran “Hijo” porque su nombre era muy largo, muy raro… como él: excepcional.
Él ya no está. Pero sus manos sí.
Están en la técnica que enseñó.
Están en la piel de los que trató.
Están en sus hijas, en su esposa.
Y están en nosotros, sus colegas, sus amigos, los que entendemos que tocar la vida de alguien no es una metáfora: es una tarea real, diaria, y a veces, letal.
A la comunidad médica, les dejo este susurro que arde como grito:
Cuídense. Cuídense mucho.
Porque si cuesta tu paz emocional, es demasiado caro.
Y si cuesta tu vida, es insoportable.
Escrito por Abril Rios