23/08/2025
Los vemos en los sueños 💞
EL PERRO QUE VOLVÍA SOLO EN LOS SUEÑOS
El día que Julia enterró a Coco, prometió no volver a tener otro perro. No porque no lo quisiera. Sino porque nadie más sería Coco.
Vivieron juntos 14 años. Era un mestizo de orejas caídas y mirada de sabio. Lo recogió de un refugio cuando era apenas una sombra de lo que fue después: huesudo, asustado, con la cola siempre entre las patas. Pero bastaron unas semanas de ternura para que se convirtiera en su sombra, su guardián, su hogar con patas.
Cuando murió, el silencio en casa fue brutal. Los platos sin ruido. El sofá sin pelusas. El hueco bajo la mesa vacío.
Julia dejó de abrir las persianas. Dormía poco. Lloraba mucho.
Y entonces… comenzaron los sueños.
La primera vez fue una aparición fugaz: Coco estaba allí, frente a su cama, moviendo la cola, como si acabara de regresar de un paseo.
Julia despertó de golpe, con el corazón acelerado.
“No fue real”, se dijo. “Fue la tristeza.”
Pero a los pocos días, volvió a soñar. Esta vez estaban en el parque donde siempre lo soltaba sin correa. Coco la miraba. No ladraba. No se alejaba. Solo la observaba, como esperando algo.
—¿Qué quieres? —le preguntó Julia en el sueño—. ¿Por qué estás aquí?
Y él simplemente se acercó, apoyó la cabeza en su pierna, y desapareció.
Se despertó llorando.
Desde entonces, el sueño se repitió. Cada vez, Coco llegaba. Cada vez, ella se sentía un poco más acompañada. No hablaba, no lamía, no jugaba. Solo estaba.
Como lo había hecho toda su vida.
Una tarde, Julia se sentó frente a una taza de té y dijo en voz alta:
—No sé si eres tú, o solo mi forma de seguir viva. Pero si necesitas que entienda algo… vuelve esta noche.
Y esa noche, el sueño fue distinto.
Coco estaba en la cocina. No solo. Con él, había una perrita blanca, pequeña, temblorosa. Coco la empujaba suavemente con el hocico. Le mostraba el cuenco. Luego, se giraba hacia Julia… y ladraba. Una sola vez.
Era la primera vez que hacía sonido desde que aparecía en sus sueños.
Julia se despertó con el nombre “Luna” en la cabeza. No sabía por qué.
Esa misma mañana, fue al refugio.
No iba con intención de adoptar. Solo… a mirar. A confirmar que lo del sueño no tenía sentido.
Y allí estaba.
Una perrita blanca. Pequeña. Temblorosa.
Había sido rescatada de una azotea. No tenía nombre, ni familia, ni apetito. Solo miedo. Pero cuando Julia se acercó, Luna dejó de temblar. Se acurrucó en su regazo como si llevara años esperándola.
Julia la adoptó ese mismo día.
Desde entonces, Coco ya no volvió a los sueños.
No con su forma.
Pero a veces, cuando Luna duerme profundamente y se mueve como si persiguiera algo… Julia cree ver, en la sombra del salón, una cola larga que se mueve despacio, como diciendo: “Ahora sí puedes seguir.”
“Algunos perros no se van. Solo esperan en los sueños… hasta que encuentran a quien dejar su lugar.”