14/05/2025
El padre puede no estar, puede haberse ido, puede incluso haber fallado… pero nunca deja de ocupar su lugar en el corazón de un hijo. Y mientras ese lugar no sea honrado, el alma del niño queda incompleta.
Desde muy pequeños, los niños y niñas necesitan a su padre. No solo para recibir protección, guía o normas, sino porque en él descubren una parte esencial de su identidad.
¿Qué representa el padre en la vida de un hijo?
Representa la fuerza para salir al mundo.
Representa la ley que protege, no que castiga.
Representa el impulso hacia la autonomía, la claridad en las decisiones, el sostén emocional que acompaña sin sofocar.
La niña que ha sentido la presencia sana de su padre aprende a confiar en los hombres. Aprende que puede ser amada sin tener que mendigar atención. Aprende que puede poner límites y al mismo tiempo abrir su corazón.
El niño, por su parte, necesita mirar a su padre y encontrar allí un modelo de fuerza, de responsabilidad, de presencia. A través de él, el niño aprende a separarse de mamá y reconocerse como un ser distinto, capaz de tomar decisiones, de asumir su camino.
¿Y qué pasa cuando el padre está ausente?
No se trata solo de una ausencia física. A veces, el padre está pero no está: no mira, no habla, no protege, no guía. Otras veces, simplemente no aparece.
Y entonces, en ese vacío, el niño o la niña crecen con una pregunta sin respuesta:
¿Dónde está mi padre? ¿Qué hice para que no se quede? ¿Cómo debo ser para merecer su presencia?
Ese dolor silencioso, muchas veces negado o reprimido, se convierte en patrones invisibles:
Mujeres que eligen hombres ausentes, emocional o físicamente, repitiendo inconscientemente la historia de abandono.
Hombres que nunca se atreven a crecer del todo, porque temen convertirse en el padre que su madre no amó.
Hijos que rechazan al padre por lealtad a la madre, pero que en el fondo se alejan también de una parte de sí mismos.
Cuando una madre habla mal del padre, sin querer, le hace daño al hijo.
No solo porque le siembra resentimiento, sino porque le roba la posibilidad de amar su origen completo.
Un hijo es 50% mamá y 50% papá.
Si se le niega uno de esos lados, se le niega la mitad de su ser.
El padre cumple una función emocional irremplazable
Su presencia ayuda a construir el sentido de seguridad interior.
Es quien “abre la puerta” al mundo.
Es quien le dice al hijo, con su mirada y su actitud:
“Tú puedes. Confío en ti. Estoy aquí.”
Cuando el padre falta, muchas veces se produce una fusión entre madre e hijo: una cercanía emocional excesiva, donde el hijo asume el rol de compañero, protector o incluso “pareja emocional” de mamá. Esta dinámica, aunque parezca amorosa, carga al niño con un peso que no le corresponde y distorsiona sus futuras relaciones.
Sanar la relación con el padre no es justificar lo que hizo o dejó de hacer.
Sanar es mirarlo como el hombre que te dio la vida.
Reconocer que sin él, no estarías aquí.
Y asumir que tú puedes ser más grande que su ausencia.