26/03/2025
“Oda a los Relojeros del Laberinto neurológico” Oda al Neurocirujano
Por GalenoSapiens
Tú, que abres cráneos como quien descifra criptas, cuyas manos trazan senderos en la niebla neuronal, cirujano de lo intangible, topógrafo de la conciencia.
Tu bisturí no corta: navega.
Entre pliegues de materia gris, eres el único
que escucha el grito ahogado de un aneurisma latente, el susurro de un tumor que aún no ha revelado su hambre.
No son héroes los que operan bajo focos de quirófano, sino los que juegan a ser Dios con la humildad de un relojero suizo,
sabiendo que un temblor de 0.5 milímetros
puede convertir un genio en vegetal,
un padre en fantasma, un niño en custodio eterno de su propia sombra, o un adulto que pierde independencia y comienza a ser carga, aferrando a los suyos por sentimiento.
Tus mapas no están en los libros, sino en las venas que reptan como raíces prohibidas bajo la duramadre.
Conoces el hipocampo mejor que tu propia palma, las arterias cerebrales como amantes antiguas, el tálamo que guarda secretos de dolores ajenos.
Eres el único que sabe que la memoria
huele a cobre cuando sangra, y que el alma, si existe, se esconde en los ventrículos que diseccionas, eres el piloto absoluto del circuito de papez.
Aquí, donde el tiempo se mide en picos de EEG, donde la vida es un hilo de titanio entre dos clipajes, tus victorias no son estatuas: son dedos que vuelven a sentir,
miradas que reconocen a madres,
gemidos que se convierten en palabras.
Y tus derrotas —amargas, silenciosas—
son universos que se apagan sin testigos,
cerebros que mueren como ciudades bajo ceniza, mientras firmas certificados con tinta de ángel caído.
Te llaman frío por no sudar ante el abismo,
pero ¿qué saben del fuego que te quema por dentro cuando extirpas un glioma de un joven pianista, cuando liberas un nervio óptico aprisionado, y en el postoperatorio,
sus ojos vacíos siguen sin ver?
Tu ciencia es un acto de fe:
crees en la plasticidad de las carnes,
en las sinapsis que resurgen como flores en ruinas, en la médula que, quizás, aún recuerde cómo latir.
Padres te traen hijos cuyos cerebros son tormentas eléctricas, cuerpos que se desploman como marionetas rotas.
Mujeres con migrañas que esconden malformaciones arteriovenosas
como bombas de relojería en el silencio.
Y tú, cartógrafo de lo invisible,
decides qué hilo cortar en el telar de las Parcas, qué recoveco violar para robarle segundos a la nada.
Que monstruoso tumor desnudar sin rozar lo vital.
Tu orgullo no es el ego, sino la precisión:
esculpir craneotomías con más amor que un poeta a su soneto, suturar piamadres con puntos que desafían a las arañas,
resucitar troncos encefálicos que ya firmaron su rendición.
Eres humilde porque sabes que la gloria aquí no es tuya, sino de ese pulso que no tembló al separar hipófisis de carótida en la noche más larga.
Hoy, mientras un hombre olvidado vuelve a nombrar a su esposa, mientras una niña recupera el don de tragar sin ahogarse,
recuerda, mundo ingrato:
alguien pasó veinte horas de pie,
gotas de sudor estéril cayendo sobre lóbulos frontales, luchando por un milímetro de corteza motora.
Alguien que conoce cada surco de tu mente mejor que tú, pero que nunca tendrá tu aplauso.
Alabado seas, arquitecto de sinapsis,
sastre de nervios vago, pirata que navega senos cavernosos.
Tu grandeza no está en lo que reparas,
sino en lo que te atreves a tocar
sin profanar el misterio.
GalenoSapiens
“Desde el abismo donde cada latido cerebral es un universo a salvar, y una vida que recuperar”
GalenoSapiens