
08/07/2025
Cuando una langosta crece, su caparazón ya no le queda.
Le aprieta, le duele, la asfixia; entonces se esconde, se protege.
Se desprende de ese caparazón que antes la cuidaba.
Y fábrica uno nuevo, más grande, más fuerte, más suyo.
Hecho a la medida de quien ya creció por dentro.
No lo hace una vez. Lo hace muchas, muchas veces.
Cada vez que siente presión, no se rinde, se transforma.
Porque entiende que no está fracasando… está evolucionando.
Está dejando atrás lo que fue, para ser mejor.
En la vida es igual. Nos pasa a todos.
El crecimiento no viene con comodidad, viene con incomodidad.
Los niños que aprenden a tolerar la frustración desde pequeños, a resolver en vez de rendirse, a persistir con miedo, son los que más lejos llegan, los que más brillan.
No por talento. Sino por carácter, disciplina y coraje.
No por suerte. Sino por hábitos que se construyen día a día.
Si quieres que tu hijo sea millonario en la vida, no le enseñes a buscar comodidad ni evitar el dolor.
Enséñale a encontrar valor en la incomodidad diaria.
Enséñale que el dolor no es enemigo, sino aviso.
El aviso de que está por romper su propio límite.
Cuando la vida le apriete, no le des excusas.
Dale herramientas. Dale ejemplo.
Dale amor firme y dirección clara.
Porque cada vez que rompa su caparazón limitado,
el mundo le quedará más grande… y él también.
Recuerda: lo que hoy te incomoda, mañana será tu fortaleza.
*Tomado de la red