Gastroenterólogo en Oaxaca

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27/10/2025
10/10/2025

Durante décadas, Sean Connery fue sinónimo de presencia. No solo por su voz grave o su mirada firme, sino por la forma en que ocupaba cada papel con convicción. Pero hacia el final de su carrera, eligió algo que pocos actores se permiten: desaparecer con elegancia. En 2006, anunció que se retiraba del cine. No hubo escándalo, ni despedida grandilocuente. Simplemente dijo que ya había hecho suficiente. Y lo cumplió.

Su último trabajo como actor fue prestar su voz a Sir Billi, una película de animación británica que pasó sin pena ni gloria. No fue un cierre brillante, pero tampoco lo necesitaba. Connery no buscaba redondear su legado con una obra maestra. Lo que buscaba era tranquilidad. Había llegado a ese punto en el que el arte ya no exigía más de él, y él tampoco de sí mismo.

Aún así, hubo invitaciones que lo hicieron dudar. Steven Spielberg lo quería de regreso en *Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal*, para retomar el papel del padre de Indy. Era lógico: su personaje en *La última cruzada* había sido entrañable, y el público lo recordaba con cariño. Pero Connery lo pensó bien. Leyó el guion, habló con Spielberg, y decidió no volver. No por falta de afecto, sino porque el papel ya no tenía el peso que merecía. “No era lo suficientemente generoso como para justificar el regreso”, dijo con honestidad.

"Hablé con Spielberg, pero no funcionó. [...] No era un papel tan generoso como para que valiera la pena volver a la carga y lanzarse. Y, de todas formas, habían llevado la historia por otro camino, así que el padre de Indy no era tan importante. Yo había sugerido que lo mataran en la película; habría sido más efectivo."

Y no fue la única vez. Años antes, también había rechazado interpretar a Gandalf en *El Señor de los Anillos*. No entendía del todo el guion, y aunque le ofrecieron una participación en una saga que terminaría siendo histórica, prefirió mantenerse fiel a su intuición. No le interesaba el ruido, ni el culto posterior. Le interesaba la paz.

En lugar de aparecer en pantalla, sugirió que su personaje en *Indiana Jones* estuviera mu**to. Que apareciera solo en una foto, como un recuerdo. Y así fue. Henry Jones Sr. no volvió, pero su ausencia se sintió. No como un vacío, sino como una elección respetuosa. Connery entendía que hay momentos en los que lo más valioso no es estar, sino saber cuándo no hacerlo.

Sus últimos años los vivió lejos de los focos, en su casa de las Bahamas, rodeado de calma. No dio entrevistas, no buscó homenajes. Se dedicó a lo que le hacía bien: leer, navegar, compartir con los suyos. Y cuando falleció en 2020, lo hizo como había vivido sus últimos años: en paz, conforme, sin cuentas pendientes.

Sean Connery no necesitó una última gran escena. Su legado estaba completo. Y su retiro, lejos de ser una retirada, fue una afirmación: la de un hombre que supo cuándo parar, y lo hizo con la misma firmeza con la que había vivido.

25/09/2025
09/09/2025
08/09/2025

Cuando Steven Spielberg necesitó que E.T. se desplazara con fluidez en escenas donde los mecanismos robóticos no lograban el efecto deseado —especialmente en tomas amplias o momentos de caída— Universal Pictures recurrió a centros de rehabilitación física en busca de alguien capaz de moverse con destreza dentro del traje. Fue allí donde apareció Matthew, un joven que dominaba el arte de caminar con sus manos, y que, tras una audición en la que dejó a todos impresionados, fue elegido para el papel.

Matthew De Meritt, nacido sin piernas, tenía apenas 12 años cuando se convirtió en una figura clave para dar movimiento y alma al entrañable extraterrestre.

Aunque su contribución fue fundamental, **jamás fue acreditado como “E.T.” en los créditos oficiales**, apareciendo únicamente bajo el título de “Movimiento especial E.T.”. A pesar del calor extremo dentro del traje y las extensas jornadas de filmación, Matthew guarda recuerdos entrañables de aquella experiencia, especialmente por la calidez de Spielberg, quien siempre mostró genuina preocupación por su bienestar.

Tras su participación en *E.T.*, tuvo una breve aparición en *Cyborg 2* junto a Angelina Jolie, aunque luego optó por una vida alejada de los reflectores. Hoy reside en Los Ángeles, es padre, juega baloncesto en silla de ruedas, enseña inglés y mantiene el vínculo con el equipo que dio vida a la película.

Su historia es una prueba viva de cómo el talento, la inclusión y la autenticidad pueden transformar una producción cinematográfica… y dejar una marca profunda sin necesidad de reconocimiento público.

05/09/2025

Rock Hudson y una joven Sharon Stone posan en el set de su película. Sus miradas, aparentemente casuales, guardan una historia profunda que, al conocerla, transforma por completo la forma en que se observa esa imagen.

La historia detrás de *El hombre de Las Vegas* (1984), con Hudson como protagonista y Stone dando sus primeros pasos en el cine, tiene una intensidad que va más allá del guion. Lo que ocurría fuera de cámara revela una verdad silenciosa, cargada de humanidad.

En ese año, Rock Hudson ya vivía con el diagnóstico de VIH. Aunque aún no lo había hecho público, enfrentaba en privado una enfermedad rodeada de desconocimiento y prejuicios. Durante el rodaje de *The Vegas Strip War*, evitaba besar en la boca a Sharon Stone. No por falta de profesionalismo ni cercanía, sino por el temor de ponerla en riesgo, aunque más tarde se confirmaría que el virus no se transmite por besos. Ese gesto, discreto pero poderoso, hablaba de su sensibilidad, su miedo y su ética personal.

Hudson, símbolo del Hollywood clásico, atravesaba una batalla íntima que, sin saberlo, marcaría un antes y un después en la visibilidad del VIH y en la lucha de la comunidad LGBTQ+. Por su parte, Sharon Stone irradiaba energía y determinación, y con los años se convertiría en una voz activa en favor de la investigación sobre el VIH, quizás tocada por aquel encuentro.

Hudson nunca compartió su diagnóstico con el equipo. El estigma era feroz. Pero su decisión de cuidar a Stone, sin necesidad de palabras, fue un acto de profunda dignidad. Cuando en 1985 reveló públicamente su enfermedad, se convirtió en el primer gran actor en hacerlo, abriendo una conversación global que aún resuena.

26/08/2025

En 1981, Chris Gardner vivía el in****no que ningún padre quisiera enfrentar. Sin hogar, sin dinero y con un hijo de apenas dos años, cada día era una batalla contra la desesperanza.

Cada tarde, después de recoger a su pequeño Christopher de la guardería, comenzaba una rutina dolorosa: buscar dónde pasar la noche. A veces tenían suerte y encontraban un albergue. La mayoría de las veces no. Les tocaba dormir en los sucios baños del metro o en algún rincón que les diera refugio del frío.

Gardner tenía una única camisa. Cada noche la lavaba en los baños públicos, intentando lucir presentable al día siguiente. Porque durante el día, hacía prácticas no remuneradas en una firma de bolsa, Dean Witter Reynolds. No ganaba ni un centavo, pero sabía que era la única puerta que podía abrirle un futuro distinto.

Mientras tanto, vendía equipos médicos para conseguir lo básico: pañales, comida. Algunas veces no tenía dinero para pagar la guardería, y en secreto, escondía a su hijo debajo de su escritorio durante las reuniones en la oficina.

El cansancio era brutal, la presión, insoportable. Pero una noche, tras dormir en un baño del metro, su hijo lo abrazó y le dijo: “Papá, eres un buen papá.”

Esas palabras lo sostuvieron cuando todo parecía a punto de romperse. Gardner terminó su programa, obtuvo su licencia de corredor de bolsa y no se detuvo. Eventualmente, fundó su propia firma multimillonaria.

Hoy es un empresario exitoso, autor y filántropo. Y aquella historia de un padre sin hogar que se negó a rendirse, ha inspirado al mundo entero.

23/08/2025

Me echaron cuando cumplí 55 años. Y como despedida, repartí rosas a cada compañero, mientras a mi jefe le dejé sobre el escritorio una carpeta con los resultados de una auditoría secreta que había hecho por mi cuenta.

—María, tendremos que prescindir de ti —dijo don Ramón con esa voz melosa que siempre usaba cuando venía una puñalada disfrazada de cariño.
Se acomodó en su sillón de cuero, entrelazó los dedos sobre la barriga y añadió:
—La empresa necesita aire nuevo, sangre fresca. Tú lo comprendes, ¿verdad?

Lo miré fijamente: rostro bien cuidado, la corbata costosa que yo misma lo había ayudado a elegir en la última cena corporativa. ¿Entender? Claro que entendía. Los accionistas estaban reclamando una auditoría independiente, y él necesitaba apartar de su camino a la única persona que conocía a fondo la verdad: yo.

—Entiendo —contesté serena—. ¿Ese aire fresco es Lucía, la recepcionista que confunde el debe con el haber, pero tiene 22 años y celebra todas tus bromas?

Su gesto se endureció.
—No es cuestión de edad, María. Es tu método… ya está pasado. Necesitamos un “salto”.

Esa palabra llevaba repitiéndola meses. Yo había construido esa empresa junto a él, desde los días en que trabajábamos en una oficina húmeda con paredes desconchadas. Y ahora, que todo brillaba, yo ya no combinaba con la decoración.

—Está bien —me levanté con calma, aunque por dentro me helaba—. ¿Cuándo debo dejar mi mesa?

No era la escena que esperaba. Quería lágrimas, súplicas, algún escándalo. Algo que lo hiciera sentir vencedor.
—Hoy mismo, si deseas. Recursos humanos ya prepara los documentos. Todo legal, tu indemnización incluida.

Me dirigí hacia la puerta, y antes de salir dije:
—Tienes razón, Ramón. La empresa necesita un salto. Y yo seré quien lo dé.

No lo entendió. Sonrió con suficiencia.

En la oficina nadie me miraba de frente. Tomé la caja de cartón ya lista en mi escritorio y empecé a guardar mis cosas: mi taza preferida, fotos de mis hijos, papeles. Al fondo puse el ramo de margaritas que mi hijo universitario me había dado la noche anterior.

Luego saqué lo que había preparado: doce rosas rojas —una por cada colega con el que trabajé todos esos años— y una carpeta negra atada con lazos.

Recorrí el piso entregando las flores, agradeciendo en voz baja. Hubo abrazos y lágrimas. Era como despedirse de una familia.
La carpeta era para él. Entré en su despacho sin llamar y la dejé encima de sus documentos.

—¿Qué es esto? —preguntó.
—Mi obsequio de despedida. Ahí tienes todos tus “saltos” de los últimos dos años: cifras, facturas, fechas. Seguro te parecerá… interesante.

Salí sin volver la vista.

Esa noche, casi a las once, mi teléfono sonó. Era él, con la voz alterada:
—María… He revisado la carpeta… ¿comprendes lo que significa?
—Perfectamente. No son sospechas: son pruebas. Firmas, transferencias, contratos.
—Si esto sale a la luz, la empresa se vendrá abajo…
—¿La empresa? ¿O tú?

Intentó convencerme, ofreció devolverme el cargo, incluso ascenderme. Solo sonreí:
—No, Ramón. Ya no hay vuelta atrás.

Colgué.

Al día siguiente llegó Álvaro, el chico de sistemas.
—María, él entró anoche a los servidores para borrar evidencias. Pero hice copias espejo. Lo tenemos todo. Incluso correos con sobornos y transferencias a cuentas en paraísos fiscales.

Me llevé la mano a la frente. Era el golpe definitivo.

Y entonces apareció Lucía, la “nueva energía”, en mi casa. Traía una de las rosas ya marchita y lágrimas en los ojos.
—Perdóneme, María. Yo no sabía nada… Hoy me quiso obligar a firmar un informe falso para los inversores. No puedo hacerlo. Ayúdeme.

La abracé y lo entendí: incluso en su supuesto “nuevo comienzo” ya había fisuras.

Dos días después, don Ramón presentó su dimisión “por motivos personales”. Los accionistas no se dejaron engañar. Una semana más tarde, me ofrecieron la dirección.

Entré de nuevo a la oficina. En todas las mesas aún estaban mis rosas, marchitas, pero presentes. Los compañeros aplaudieron. Yo levanté la mano:
—Basta. Tenemos trabajo. El verdadero futuro empieza ahora.

Ese día comprendí: me echaron por tener 55 años. Pero esos mismos 55 me habían dado la experiencia, la paciencia y la fortaleza para resistir, enfrentar y vencer. Ahora la juventud trabajaba a mi lado, aprendiendo de mí lo más valioso: cómo transformar una derrota en victoria.

14/08/2025
26/07/2025

😂🐅 “La primera vez que fui a casa de Mike Tyson, toqué el timbre… y escuché desde dentro: ‘¡Pasa!’. Abro la puerta, no veo a nadie, así que empiezo a caminar. De pronto, baja un tigre blanco corriendo por las escaleras. ¡Un tigre real! Salí corriendo, buscando la salida como loco. Y justo cuando pensé que era mi fin, apareció Mike y lo abrazó como si nada. En ese momento le dije a mi compa: ‘Si este tipo puede domar a un tigre, no quiero imaginarme lo que va a hacerle a su rival en el ring. Ojalá tuviera un millón de dólares para apostarlo a su favor’. Ese día supe que Mike no era humano… era una fuerza de la naturaleza.”

Mike dormía con su tigre. Lo crió desde que nació, y viajaba con él en un tráiler de 18 ruedas cada vez que salía de estado. Me dijo: ‘Tienes que estar con ellos todos los días durante años para que te acepten. Al principio yo lo abrazaba… luego él me abrazaba a mí’. Cuando el tigre no se llevaba bien con los otros animales, Mike compró la casa de al lado y se la dio solo a los leones, bobcats y demás. ‘El tigre se queda conmigo’, dijo. Eso no es tener dinero, eso es tener otra dimensión de vida. Tyson no era solo un campeón: era literalmente el rey de la jungla.”

🐾👀 Shaquille O'Neal sobre su experiencia con el tigre de Mike Tyson.

25/07/2025

Lo tiraron como basura, lo dejaron llorando en un contenedor de basura a los pocos días de nacer. Pero la vida tenía otros planes para Freddie Figgers.

Un extraño que pasaba por allí escuchó los llantos y llamó a la policía. Freddie fue llevado de urgencia al hospital. Tan solo 13 días después, fue adoptado por Nathan y Betty Figgers, una pareja de clase trabajadora de Quincy, Florida. Ya tenían una hija, pero cuando vieron su historia en las noticias, no pudieron apartar la mirada. Lo trajeron a casa.

Crecer fue duro. Los niños lo llamaban "niño basura". Las burlas le dolían. Años después, encontró a su madre biológica; ella tenía problemas con las dr**as. Nunca la volvió a ver.

🧡 "Quienes me criaron son mis verdaderos padres. Me dieron amor y una oportunidad de vivir".

Cuando tenía 9 años, su padre le compró una computadora Macintosh destartalada por 25 dólares. Freddie lo desarmó, lo arregló y lo hizo funcionar de nuevo usando piezas de una radio vieja. Ese momento le cautivó.

💻 A los 13 años, reparaba computadoras para la ciudad.
💼 A los 15, lanzó su primer negocio: Figgers Computers.
🌐 Desarrolló tecnología en la pequeña sala de sus padres.
📱 Creó herramientas que permiten a los médicos controlar a sus pacientes a distancia.
💡 A los 19, vendió uno de sus inventos por 2,2 millones de dólares.
👟 Incluso fabricó zapatillas con GPS para rastrear a su padre, que tenía Alzheimer.

A los 25, Freddie ya tenía cinco patentes y más de 80 programas de software. Pero nunca olvidó sus raíces.

Ahora dirige una fundación que ofrece becas, ayuda de emergencia y comida para personas sin hogar.

🗣️ “Empecé la fundación con mi propio dinero. Puedes tenerlo todo y perder tu alma; yo no quiero eso. Quiero hacer el bien. Lo que das, regresa. Y la mejor recompensa es el éxito”.

💪 De un basurero a hacer el bien en el mundo.

Freddie Figgers demuestra que el comienzo no determina el final.

01/07/2025

Dirección

Emilio Carranza 1112, Col. Reforma, Oax
Lagunas
68050

Horario de Apertura

Lunes 8am - 3pm
Martes 8am - 3pm
Miércoles 8am - 3pm
Jueves 8am - 3pm
Viernes 8am - 3pm
Sábado 8am - 3pm

Teléfono

9515155323

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