08/07/2025
A veces podemos llegar a normalizar el modo alerta en nuestra vida diaria, haciendo que la ansiedad, la tensión y el estrés, se conviertan en nuestro estado más frecuente, cuidando el hasta mínimo detalle de lo que hacemos o dejamos de hacer, procurando dar el máximo en todo momento, a pesar del desgaste que esto nos pueda generar.
Este estilo de exigencia y demandas que hacemos hacia nosotros mismos, viene de patrones de aprendizaje, seguro desde nuestra infancia, donde reforzamos la creencia de que nuestro valor es equivalente a nuestro nivel de esfuerzo y resultados (esperando que estos sean casi perfectos), ya que de lo contrario, podemos pensar que si no lo logramos, no lleguemos a ser lo suficientemente dignos de aprobación y afecto. Incluso, la idea de vivir el rechazo de quienes consideramos importantes se vuelve tan incómodo, que la autoexigencia se convierte en nuestra principal “aliada”, pese al desgaste que nos deja a mediano y largo plazo.
No está mal superarnos, esforzarnos ni entregarnos en lo que nos apasiona o consideramos importante, sin embargo, es necesario hacerlo desde la autocompasión, recordándonos que ya eres digno(a) de respeto y amor, y que tu valor no es negociable.
Siempre eres suficiente, sin importar si cumpliste o no un estándar, si priorizaste esas vacaciones en vez del trabajo extra, e incluso, si no obtuviste el reconocimiento por el cual tanto te esforzaste, o experimentaste la desaprobación de aquel vecino por no estacionarte de la forma correcta por el día que llegaste a las prisas.
Reconocerlo y vivirlo, a veces requiere de aprender nuevos hábitos, nuevas maneras de verte y de actuar y nuevas habilidades. Así como de construir cambios que gradualmente te aproximen a una vida más plena y consciente, congruente con lo que deseas para ti; y que sí, no es una tarea fácil, pero un proceso llevado a cabo con un profesional en salud mental, puede ser un buen comienzo para comenzar a vivir de una manera más amable y plena.