11/05/2025
Hoy es Día de las Madres y no sé bien qué se supone que uno deba sentir cuando la madre ya no está. Porque no es sólo su ausencia física —es ese silencio que deja en los rincones, ese eco que persiste en las cosas pequeñas: una canción en la radio, el aroma del pan tostado, la forma en que alguien dice “mi amor” con la misma entonación que ella usaba para reprenderme con dulzura.
La extraño de formas que a veces ni yo entiendo, como si su ausencia me habitara con una paciencia cruel, cosiendo con hilo invisible los días más oscuros. A veces la vida se vuelve tosca, como si me empujara contra una pared de recuerdos y ahí estoy yo, niño otra vez, con las rodillas raspadas y el alma hecha trizas, buscando sus manos —esas manos que sabían curarlo todo con un beso, con una mirada, con una historia improvisada entre Mark Twain y una taza de leche con vainilla.
Duele diferente, sí. Duele como duele cuando uno se acuerda de lo no dicho, de lo no vivido, de la última vez sin saber que era la última. Como cuando uno encuentra una piedra lisa y piensa “esta le habría encantado a mamá” y se le hace un n**o en el alma. Como cuando llueve y no hay quien te diga que te pongas el suéter, aunque ya no tengas frío, pero igual lo haces por si acaso… por si su voz todavía te ronda en alguna esquina del viento.
Hoy celebro su existencia con lágrimas escondidas y gratitud desbordada. Porque me enseñó a ser fuerte, a pesar del temblor; a reír, incluso con el alma rota; a mirar al cielo y buscarla entre los colibríes que vuelan como si supieran que llevan un trocito de ella entre las plumas.
Feliz Día de las Madres a las que aún caminan entre nosotros y a las que ya vuelan alto, dejándonos el corazón lleno de raíces y alas.
🫀🙏