16/06/2025
Empezó como un simple hábito… y terminó por destrozar mis manos.
Al principio, ni siquiera lo notaba.
Me mordía las uñas cuando estaba nervioso, aburrido o ansioso.
Una reunión estresante, un momento incómodo, una espera larga…
Y ahí estaban mis dedos, en mi boca, sin pensarlo. Sin detenerme.
Pero con el tiempo, dejó de ser ocasional.
Se volvió constante. Incontrolable.
Y lo que era solo “una manía”, se convirtió en una herida visible.
—
La piel alrededor de mis uñas empezó a sangrar.
Las cutículas, destruidas.
Las uñas… deformadas, quebradas, ausentes.
Me dolían al contacto. Me ardían. Me daba vergüenza mostrar mis manos.
Nunca imaginé que esto tuviera un nombre: onicofagia.
Y menos aún, que fuera considerada un trastorno del control de los impulsos.
—
No solo afectó mi aspecto. También mi salud:
• Me volví propenso a infecciones.
• Llevaba bacterias a la boca sin darme cuenta.
• Mis dientes también comenzaron a resentirlo.
• Y mi autoestima… cayó por completo.
Y lo peor era saber que, a pesar de todo eso, no podía parar.
—
Hoy estoy en proceso de recuperación.
Estoy recibiendo ayuda.
Uso esmaltes amargos, llevo conmigo una pelota antiestrés, y, sobre todo, estoy aprendiendo a reconocer cuándo mi mente quiere liberar ansiedad a través de mi cuerpo.
Porque esto no es falta de voluntad.
Es ansiedad. Es estrés. Es dolor acumulado que encuentra una vía de escape equivocada.
—
Si te sientes identificado… no lo ignores.
Busca ayuda. Habla de ello.
Hay formas de salir. Y mereces tener manos que no te duelan, que no escondas… que te representen con orgullo.
Cuidar de ti también es romper con lo que te daña en silencio.
—-
Advertencia: esta información es de carácter académico e informativo. No reemplaza la valoración médica presencial ni debe utilizarse para autodiagnóstico. Ante cualquier síntoma, consulta siempre con un profesional de salud.