22/02/2025
EL HOGAR DE UN ALCOHÓLICO
Parece que nuestras casas se han convertido en verdaderos campos de batalla. En la mañana nos hemos besado y hemos hecho las paces. Los amigos nos han aconsejado dejar a nuestros maridos, y lo hemos hecho sólo para regresar poco después y esperar, siempre esperar. Nuestros maridos han jurado solemnemente dejar para siempre la bebida. Les creímos todo cuando nadie más hubiese podido o querido hacerlo. Después, al paso de unos pocos días, semanas o meses, una nueva recaída. Raramente invitábamos amigos, pues no sabíamos cómo o cuándo se iba a aparecer el jefe de la casa. Teníamos escasas relaciones sociales. Terminamos por vivir casi solas. Cuando nuestros maridos nos invitaban a salir, hacían tal consumo de alcohol que arruinaban la velada. Si, por lo contrario, no bebían nada, la autocompasión los convertía en unos aguafiestas. Ya no teníamos seguridad financiera. Los puestos estaban siempre en peligro o ya liquidados. Un carro blindado no hubiera sido suficiente para que el sobre con el dinero del sueldo llegara a casa. El efectivo en bancos se disolvía como la nieve en el mes de junio. A veces había otras mujeres. ¡Qué decepcionante era este descubrimiento; qué cruel era que nos dijeran que ellas entendían a nuestros maridos como nosotras no lo hacíamos! Los acreedores, los agentes judiciales, los enojados taxistas, los policías, los vagabundos, los amigos y, asimismo, las señoras que a veces acompañaban a casa a nuestros maridos, nos juzgaban inhospitalarias. Aguafiestas, gruñona, fastidiosa", nos decían. Al día siguiente, ellos volvían en sí y nosotras perdonábamos y tratábamos de olvidar.
"8 CAPITULO A LAS ESPOSAS"