18/09/2025
Desafortunadamente se ven casos así en consultas, en las aulas y en la vida cotidiana del día a día.
Cuando los padres intentan proteger en exceso a sus hijos/as, muchas veces eliminan cualquier oportunidad para que enfrenten situaciones incómodas o aprendan a esperar. Aunque esta actitud surge del amor y del deseo de evitarles sufrimientos, puede terminar privándolos de una de las herramientas más valiosas para la vida: la tolerancia a la frustración.
Los niños y niñas necesitan vivir pequeños límites, entender que no siempre se consigue lo que se quiere de inmediato y que cometer errores también es parte del proceso de aprendizaje. Estos momentos, aunque a veces sean difíciles, funcionan como entrenamientos emocionales que fortalecen la paciencia, la resiliencia y la capacidad de gestionar la frustración.
Cuando los padres, madres o cuidadores resuelven todo por ellos, ceden ante cada demanda o evitan que enfrenten las consecuencias naturales de sus actos, los niños y niñas crecen creyendo que el mundo siempre se ajustará a sus deseos. Y cuando la realidad no funciona así, surgen explosiones emocionales, dificultades para aceptar un “no” y problemas para integrarse socialmente.
Educar no significa eliminar los obstáculos del camino, sino acompañar a los hijos mientras los enfrentan, brindándoles apoyo y cariño, pero sin impedir que aprendan del esfuerzo, la espera y la frustración. Es precisamente allí donde se construye una verdadera fortaleza emocional.