
07/08/2025
Eso es lo gratificante de esta profesión, poder dar ese espacio de confianza y libertad donde expresar tus emociones, pensamientos más profundos. Abrir esa puerta lejana del inconsciente para hacer aparecer esos recuerdos perdidos, olvidados, poder darnos una explicación, darnos incluso un cierre. La terapia es mucho más que conversar, es crear esa llave invisible a tu interior para abrir y cerrar, cuando sea necesario 🫶
“La silla azul”
Cada martes, Clara llegaba diez minutos antes. Se sentaba en la misma silla azul, junto al ventanal, y miraba hacia la calle como si esperara que algo —o alguien— llegara a rescatarla de sí misma.
Durante las primeras sesiones hablaba poco. A veces solo suspiraba. Otras, contaba detalles mínimos de su semana: “Compré plantas. Se me están muriendo, como siempre”. Silencios largos. Miradas que evitaban. Una risa que escondía más que lo que revelaba.
Con el tiempo, en ese espacio sin juicios ni prisas, Clara empezó a decir más. No porque se lo pidieran, sino porque algo en ese encuentro con el otro —y consigo misma— le abría puertas que antes mantenía cerradas. Un día habló de su padre. Otro, de la costumbre de pedir perdón incluso cuando no había hecho nada. De la sensación de cargar con una tristeza que no sabía de dónde venía.
No hubo grandes revelaciones de golpe, ni frases épicas. Pero sí momentos en los que, de pronto, entendía por qué le costaba tanto decir “no”, o por qué se enojaba cuando alguien llegaba tarde. Empezó a nombrar cosas que antes solo sentía como un n**o en la garganta o en el estómago.
Y aunque afuera la vida seguía igual —el trabajo, el tráfico, las plantas que aún no sobrevivían del todo—, Clara ya no era la misma. Caminaba diferente. A veces hasta sonreía sin razón.
La silla azul seguía ahí, cada martes, junto al ventanal. Pero ahora Clara se sentaba en ella con un poco más de sí misma. Y eso, aunque no lo supiera del todo, era una forma de libertad.