
30/07/2025
Un poquita larga la historia pero . Y pensar que he visto ha tantas familias por la partida de su querid@ cachorr@! A veces hasta se me olvida que hay gente muy est*úpida 🙄
– ¿Dormirlo? – pregunté.
– Sí, – respondió la dueña, – no lo necesito.
El cachorro me tiraba del delantal con sus dientes afilados. En sus ojos brillantes y traviesos no había ni rastro de preocupación. No le asustaban los olores extraños del consultorio, ni el desconocido con bata blanca, ni su dueña que decidió deshacerse de él de la manera más radical.
– Pero no tiene ningún problema de salud ni de agresividad – traté de convencer a la mujer.
– ¿Y qué? ¡No lo necesito!
La verdad era que el cachorro sí tenía un problema. Y uno grande. Resultó ser un mestizo, y nada atractivo. A los seis meses todos los cachorros están un poco desgarbados, porque pierden sus formas infantiles pero aún no son adultos. Este perrito había sido comprado en el mercado como un griffon: un perro pequeño con hocico corto, pelaje duro y carácter alegre.
Tenía esas características, pero ya había superado el tamaño típico del griffon y se acercaba inexorablemente al tamaño de un schnauzer mediano. Su mandíbula inferior prominente le daba apariencia de bóxer, mientras que sus orejas, una erecta y otra caída, recordaban a un pastor alemán. El pelaje rígido se erizaba en ángulos insospechados. Creo que si lo inscribieran en un concurso al "perro más feo", estaría seguro en el top cinco.
– Quería un perrito pequeño – continuó la dueña lamentándose – y me dieron este monstruo.
– Los perros de raza no se compran en el mercado – respondí sombríamente el cliché.
– ¡Lo sé! ¿Y sabe cuánto cuestan en una criadora?
– Lo sé – contesté con rabia en la voz.
Empecé a pensar. Había tres soluciones. La primera, la más tentadora: tirar a la vieja un frasco de pintura verde y que sufriera una semana. Pero las consecuencias serían graves: llamada a la policía y problemas para la clínica. La segunda opción era menos drástica: simplemente decirle con frialdad que no anestesiamos animales sanos. Pero eso la haría buscar otra clínica o abandonar el perro en la calle. Y afuera era enero... La tercera opción era la más complicada. Suspire con fuerza y llamé al refugio de animales.
– Hola, Święto. ¿Puedes conseguirle un dueño al cachorro? Tiene seis meses, parece una mezcla de bóxer con terrier, feo como yo después de una noche de guardia, pero simpático.
Le envié una foto. ¿Puedes quedártelo? ¿Qué, otra vez tienes espacio? Bueno, que se quede conmigo por ahora. Solo apúrate, ¿vale? El jefe de la clínica no lo soporta.
Colgué. Miré a la dueña, que me observaba sorprendida. Pensé: "Simplemente no va a entregar al perro." Había que buscar otra forma.
– Bueno, – mi voz fue más fría que un cristal helado, – no puedo dormirlo, pero como es navidad, la tarifa será doble. Además hay que pagar por el traslado del cadáver y la cremación. Y por almacenar el cuerpo en la nevera también. El transporte llega el lunes. Ya saben, por las fiestas.
– ¿Cómo? ¿Qué insolencia es esta? – sus labios se torcieron en mueca.
– Estoy de acuerdo, es insolencia – contesté. – Pero no soy yo quien fija los precios. Por eso, para ahorrarle dinero, le propongo firmar una renuncia para entregar el perro. Lo llevaré al refugio, donde le buscarán un nuevo dueño.
– ¿Un nuevo dueño? – sus ojos casi salieron de las órbitas. – ¿Quién va a querer un perro tan feo?
– ¿O tal vez – apareció una pizca de sospecha en su rostro –, es una raza rara? ¿Y lo va a vender por mucho dinero?
Pensaba en el frasco de pintura verde, pero una voz interna me detuvo: "Calma... calma... no se tira pintura sobre clientes ni se los echa por la ventana ni se habla groseramente. ¡Soy profesional! ¡Soy profesional!"
– Puede venderlo en el mercado – dije. – ¿Tiene vacunas?
– ¿Qué vacunas? – la mujer ya estaba mareada.
No podía entender que yo quería salvar al cachorro solo por humanidad y buscaba algún truco. – ¿También hay que pagar por vacunas? ¿Y sin ellas no puedo venderlo?
– Pruébelo – respondí indiferente –. Le pondrán multa si pasa algo.
– ¡No! – se quitó el collar y lo metió en una bolsa, empujando al perro hacia mí.
– Llévense a ese monstruo. Ya me mordió todos los muebles. ¿Qué hay que firmar?
Tomé la foto del cachorro y la envié a Święta. Prometió publicarlo enseguida en la web. Le di de comer y lo puse en una jaula del hospital. No hubo más visitas. Me senté cómodo para vigilar la puerta, y empecé a cantar. Tengo la costumbre de animarme con música. Dos o tres romances con mi lento barítono y la vida vuelve a ser tolerable. La clave es observar la puerta para no asustar a los clientes.
– U – u – utro tuma – a – noe, u – u – tro siedo – o – oe – canté.
– ¡Guau! – escuché desde la jaula.
– ¡Maravilla, sabes cantar? – me sorprendí. – Ah, ya sé tu nombre: ¡Maravilla! Vamos a cantar juntos.
Cantamos "Utro", luego "Czarny wron", y en "Wyjdę w pole z koniem" lo hicimos tan bien que no noté la puerta abrirse. Al sonar los aplausos, salté aterrado.
– Bravo, bravo – se rió el anciano que entró sin que lo viera. Era mi amigo, cliente y médico, Aleksander Iwanowicz, para sus amigos Szurik.
– ¡Szurik, me asustaste!
– ¡Tú me asustaste a mí! Iba pasando y escuché aullidos. Pensé que te habías colapsado. Entré para ver si necesitabas ayuda profesional.
– ¡Necesito! ¿Puedes aceptar un animal por una o dos semanas? En el refugio no hay lugar.
– Oh, qué torpe fui... Sabes que tras la muerte de Muchtar no tomo más perros...
Muchtar lo enterramos Szurik y yo el año pasado. El perro se llevó la mitad del corazón de su dueño. Pero había que ubicar a ese cachorro, así que puse un poco de súplica en la voz.
– Solo por un rato, ¡imagina que es un paciente que te meten hasta que quede una cama en terapia!
– ¡Ni me digas nada de camas! No me recuerdes el trabajo, Aybolit, oh, ilustre veterinario. ¿Qué raza es? Está feo...
– ¡Raza rara! Único ejemplar. A este lo trajeron para sacrificarlo.
– ¿Y tú lo dejaste otra vez?
– Otra vez.
– ¡Eres buena persona, Aybolit!
– No mucho. Casi le echo la pintura verde a esa vieja. – No ácido, no. Bueno, toma tu perro. Solo un día o dos, nada más. ¿Y cómo se llama?
– Justo así, Maravilla. Pero puedes inventar otro.
– ¿Para qué? Buen nombre. Y le queda bien. ¿Tienen correa?
– Ya inventaremos algo. Ella se llevó todo.
– Esa mujer es un caso. Bueno, ponle el collar mientras me dignes. ¿Qué cantaban juntos?
– "¡Saldré de noche al campo con el caballo!"
– Yo también lo intentaré. Pero recuerda, máximo una semana. Apenas se desocupe algo, ¡llama!
Días después, cuando hubo lugar, llamé a Szurik.
– Sabes qué, mejor dejaré al perro – contestó el amigo. – No lo venderé por nada ahora. Hacemos conciertos por las noches. Mi esposa ya se muere de risa y desde que murió Muchtar casi no reía. El perro, aunque feo, es un show. Trae los zapatos, baila, entiende todo. Lástima que mordió todos los taburetes, pero no importa. Los nietos vienen casi todos los días, antes una vez al mes. ¡Gracias, amigo!
Apagué el teléfono y miré por la ventana. Nevaba y las luces de Año Nuevo titilaban con brillo apagado. Los milagros ocurren cuando menos los esperas... El cachorro rescatado, Szurik riendo de nuevo y yo, el veterinario, un intermediario accidental entre esos dos destinos. ¡Qué bien salió todo! El teléfono fijo sonó. Mi asistente Mila cogió el auricular.
– Clínica veterinaria, buenos días. Sí, hoy trabajamos. Claro, tráiganlo. Por teléfono no puedo decir nada, lo veremos en persona.
Aparté la vista de la nieve y miré a Mila.
– Accidente. Perro. Probablemente fractura.
– Prepara el quirófano, Mikołaj. Hoy es un buen día. Vamos a intentar no arruinarlo.