
03/07/2025
Solo fue un salto… y mi hijo nunca volvió a ser el mismo.
Andrés tenía 9 años.
Lleno de vida, de carcajadas, de esas ganas infinitas de jugar sin parar.
Ese día, lo llevamos al parque de camas elásticas.
Saltaba con tanta alegría que era imposible no sonreír al verlo.
Hasta que, en un segundo, todo cambió.
Saltó.
Giró.
Y cayó.
No hubo gritos.
Solo un quejido suave…
y una frase que todavía me parte el alma:
“Mamá… no puedo mover mis brazos.”
—
Lo llevamos al hospital como en una película de terror.
Pero esto no era ficción.
La resonancia confirmó nuestras peores sospechas:
una dislocación cervical severa.
Las vértebras de su cuello se habían desplazado, presionando la médula espinal.
Lo operaron de inmediato.
Los médicos hicieron todo lo posible.
Pero ya nada volvió a ser igual.
Desde ese día, mi hijo no volvió a moverse como antes.
Y cada vez que veo esta imagen, esta resonancia,
me acuerdo de que su cuerpecito solo quería jugar.
Que él no hizo nada malo…
y que yo, quizás, tampoco.
Pero pudo haberse evitado.
—
Padres, madres, abuelos, cuidadores…
Lo sé. Queremos que nuestros hijos se diviertan.
Pero lo que parece inofensivo, puede no serlo.
Las camas elásticas, los trampolines, las estructuras de impacto…
no están hechas para cuerpos en desarrollo.
Un mal salto, una mala caída… y todo cambia.
—
Supervisar no es exagerar.
Prevenir no es miedo.
Es amor.
Porque en un segundo…
un día de juego se puede volver una pesadilla.
Y la médula espinal no siempre da segundas oportunidades.
Yo lo aprendí así.
Tú no tienes que vivirlo para entenderlo.
⸻
Advertencia: esta información es de carácter académico e informativo. No reemplaza la valoración médica presencial ni debe utilizarse para autodiagnóstico. Ante cualquier síntoma, consulta siempre con un profesional de salud.