22/07/2025
Escribimos esta carta a Chicharito, porque cuando un rico con millones de seguidores dice que las mujeres deben “limpiar, cuidar y dejarse liderar por un hombre”, no está opinando: está promoviendo obediencia y machismo con sonrisa de coach. Y eso no se deja pasar.
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✉️ CARTA ABIERTA A JAVIER ‘CHICHARITO’ HERNÁNDEZ
Javier, lo tuyo no es espiritualidad. Es patriarcado en modo autoayuda. No es que hables desde el corazón. Es que repites el guion rancio de siempre con hashtags nuevos y tono de coach. Porque lo que dijiste en Instagram —esa oda al “hogar como lugar más preciado para los hombres” y a “la mujer que se deja liderar”— no es una opinión. Es violencia simbólica envuelta en cursilería machista.
¿En qué mundo vives, Javier? ¿En qué siglo? ¿Quién te dio la autoridad para decirle a las mujeres lo que deben hacer con su “energía femenina”? ¿Desde cuándo amar es pedir sumisión? ¿Desde cuándo cuidar, limpiar, nutrir y callar son sinónimos de realización? Lo que tú llamas “amor”, las feministas de todo el mundo lo llevan décadas denunciando como mandato de género, como trampa del sistema, como estructura que mata.
No eres un sabio, Chicharito. Eres un transmisor más de ese viejo evangelio del macho proveedor que se cree indispensable porque paga las cuentas y da abrazos. Ese que confunde liderazgo con jerarquía, sensibilidad con debilidad y feminismo con amenaza. Ese que dice “nosotros no conocemos el cielo sin ustedes” pero no tiene problema en encerrar a las mujeres en una jaula con cortinas y vajilla.
EL CIELO NO ES UN HOGAR LIMPIO. ES UNA VIDA LIBRE.
Hablas de mujeres que “deben cuidar y sostener el hogar”. ¿Y tú qué sostienes, Chicharito? ¿Quién limpia tus estadios, quién cuida a tus hijos, quién cocina en tus concentraciones? ¿Crees que eres menos hombre por fregar, por criar, por servirte a ti mismo? No. Lo que pasa es que estás tan acostumbrado a ser servido que confundes privilegio con naturaleza.
No hay nada más cobarde que el macho que se disfraza de protector para ocultar que lo que le aterra no es la soledad, sino la igualdad. Te asusta que las mujeres no necesiten tu liderazgo. Te incomoda que te miren de frente, con la misma fuerza, con la misma voz. Te asusta que el hogar ya no sea refugio para los hombres cansados, sino campo de batalla para la emancipación de las mujeres.
Hablas de que la sociedad está “hipersensibilizada”. Y sí, lo está. Porque llevamos siglos anestesiados ante los abusos y ahora empezamos a ver, a señalar, a actuar. Eso te incomoda, ¿verdad? Que se cuestionen los roles, los discursos, los modelos que te daban ventaja. Que ya no puedas decir lo que te da la gana sin recibir una respuesta. Pues acostúmbrate, Javier. Porque lo que tú llamas censura es, en realidad, justicia tardía.
CUANDO EL FUTBOLISTA HABLA COMO PREDICADOR, EL MACHISMO SE PONE BOTAS
Lo más peligroso de tu discurso no es la ignorancia, sino el poder que tienes. Millones de jóvenes te siguen. Niñas que juegan al fútbol. Chavales que están construyendo su identidad. Y tú, en vez de usar esa visibilidad para desmontar estereotipos, para impulsar la igualdad, para dar ejemplo... la usas para reproducir el manual del macho de iglesia, proveedor, guía, salvador y verdugo.
Esa frase tuya de que “muchos estamos aquí con ganas de cuidarlas, respetarlas, proveerlas” suena tan paternalista como falsa. Porque el respeto, Javier, no es un favor. Es un derecho. Y la libertad no se negocia a cambio de afecto ni protección.
Tu masculinidad no está siendo erradicada. Está siendo cuestionada. Porque no es natural, es construida. Porque no es inocente, es opresora. Porque no es amorosa, es funcional al dominio. Y porque el mundo —aunque a ti te cueste verlo desde tu altar de Instagram y tus retiros de espiritualidad para multimillonarios— ya no es terreno exclusivo de los hombres con liderazgo “energético” y discurso de seminario.
BASTA DE MISTICISMO MACHISTA. BASTA DE ROMANTIZAR LA OBEDIENCIA.
Las mujeres no vinieron a este mundo para hacerte el hogar cálido, la cama limpia y la vida fácil. No son el decorado emocional de tu existencia. No están aquí para encarnar una “energía” que tú ni entiendes ni respetas. Están aquí para ser libres, autónomas, iguales. Y eso, Javier, tú no lo soportas.
Así que guarda tu cielo. Porque si ese cielo exige sumisión, limpieza, silencio y obediencia, es un in****no con cortinas blancas.
Y ya no lo queremos.