08/07/2025
Los pensamientos automáticos negativos son evaluaciones rápidas, breves y cargadas de contenido emocional que surgen de manera espontánea ante determinadas situaciones. Desde la perspectiva cognitiva, particularmente en el modelo de Beck, estos pensamientos representan la manifestación superficial de esquemas cognitivos más profundos y estructurados que la persona ha internalizado a lo largo de su historia de aprendizaje.
Su origen suele estar vinculado a experiencias tempranas significativas, especialmente aquellas que implicaron rechazo, crítica, abandono, invalidación o trauma. Por ejemplo, un niño que crece en un entorno donde se le transmite constantemente que no es suficientemente bueno puede desarrollar un esquema de inutilidad, el cual más tarde se expresará en pensamientos automáticos como “no puedo hacerlo”, “seguro lo voy a arruinar” o “todos se van a dar cuenta de que no valgo”.
Estos pensamientos se mantienen a través de diversos mecanismos. Uno de ellos es el sesgo de confirmación: la persona presta más atención y otorga más credibilidad a la información que confirma su creencia negativa, mientras que ignora o minimiza aquella que la contradice. También intervienen los procesos de evitación y de rumia, que al intentar suprimir o neutralizar estos pensamientos, terminan reforzándolos indirectamente. Además, las emociones negativas como la ansiedad o la tristeza intensifican la accesibilidad de contenidos mentales disfuncionales, generando un círculo vicioso donde emoción, pensamiento y conducta se retroalimentan.
Desde el abordaje terapéutico, el modelo cognitivo-conductual propone identificar, cuestionar y reestructurar estos pensamientos mediante técnicas como el registro de pensamientos, la detección de distorsiones cognitivas y la generación de interpretaciones alternativas más realistas. Sin embargo, enfoques más contemporáneos, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), no buscan cambiar el contenido del pensamiento, sino cambiar la relación que la persona tiene con él. Se trabaja desde la defusión cognitiva, ayudando al paciente a observar sus pensamientos sin fusionarse con ellos, reconociéndolos como eventos mentales y no como verdades absolutas.
La eficacia del abordaje terapéutico depende en gran medida de la capacidad del individuo para desarrollar metacognición, es decir, conciencia de sus propios procesos de pensamiento. Esta habilidad permite tomar distancia del contenido mental y abrir un espacio de elección conductual más flexible, en lugar de reaccionar de forma automática y rígida.
Pensamientos como “no soy suficiente” o “nadie me quiere” no solo generan malestar, sino que afectan la conducta, la toma de decisiones, la autoimagen y la calidad de vida. El proceso terapéutico no se trata de imponer pensamientos positivos, sino de construir una postura interna más observadora, compasiva y comprometida con los valores personales.
Reflexionar sobre los pensamientos automáticos no implica invalidarlos ni juzgarlos, sino comprender que muchas veces operan como ecos de un pasado no elaborado, y que, al hacerse conscientes, pueden dejar de dictar silenciosamente el rumbo de la vida presente.
Psic. Claudia A. Hernández