18/01/2025
HISTORIAS DE LA VIDA REAL…
EL GUISO
María llevaba tiempo soportando los abusos de aquel hombre que un día le juró amor eterno.
Las golpizas eran constantes, cada vez más violentas, y cualquier pretexto bastaba para despertar a la bestia sociópata que Arnulfo ya no podía contener. Era cuestión de tiempo para que este drama llegara a un desenlace mortal.
La última vez, la golpeó tan fuerte en la cabeza que la dejó sin audición en el oído derecho y le hizo perder un molar en medio de una profusa hemorragia.
Los vecinos estaban parcialmente enterados. María se ausentaba del patio y de los lavaderos de la vecindad. Todos sabían que era una mujer trabajadora, que daría la vida por sus hijos, Alma y Daniel, y que, probablemente, no quería que la vieran con un ojo morado.
Arnulfo trabajaba como velador en una fábrica de refacciones automotrices desde hacía doce años.
Dormía de día y se enfurecía si alguien lo despertaba, incluso con el ruido más sutil.
Tenía permiso para portar un arma en su trabajo y, ocasionalmente, la llevaba a escondidas. Bebía en exceso y, cuando lo hacía, se transformaba en el monstruo que realmente era.
Quién sabe qué demonios llevaba dentro.
Para colmo, su vicio consumía los recursos de su familia, por lo que María lavaba ropa ajena y ofrecía servicio de cocina para los festejos del barrio.
Su sazón era exquisito, y dominaba los antojitos mexicanos gracias a los secretos culinarios que había aprendido en su pueblo natal.
Aquella tarde, María, preocupada, llevaba unas cervezas a su precaria vivienda.
El tendero ya no quería fiarle, le debía demasiado.
Sus temores estaban bien fundados.
Arnulfo esperaba impaciente y furioso por la tardanza de su esposa, con un cinturón de cuero en la mano, que apretaba con rabia contenida.
En su mente, justificaba el acto deleznable que estaba a punto de cometer…
“Sus métodos didácticos",
los llamaba.
Mientras caminaba…
María reflexionaba.
Sus hijos merecían algo mejor.
Ella misma había soñado con un futuro digno.
Sus huaraches arrastraban por la acera, su ropa, desgastada por las continuas lavadas, ya no disimulaba las manchas de aceite, grasa y salsa.
Alma era bonita, pero las ojeras y la tristeza en su rostro no permitían que su belleza aflorara en la primavera de su vida.
Daniel, taciturno y antisocial, se apartaba de los juegos y pasaba el tiempo en la azotea, mirando al cielo.
Quién sabe qué cosas les platicaba a las estrellas en esos largos silencios.
Entonces, algo ocurrió.
En la profundidad de sus pensamientos, la hasta ahora víctima experimentó un cambio definitivo.
"¡Ya no más! ¡
Nunca más! ¡
Se acabó!"
Las palabras resonaron dentro de ella como un eco.
Una voz nueva, la voz de una mujer que también era madre.
Una fiera que había hibernado esperando el momento de despertar.
Al pasar frente a la vivienda del viejo zapatero del piso de abajo, tomó un ma****lo.
Lo escondió en su delantal y continuó subiendo las escaleras, con las cervezas en el antebrazo.
Abrió la puerta con una determinación inquebrantable.
Su mirada había cambiado.
Su ceja arqueada denotaba dignidad.
Ya no era una víctima.
Ahora era una reina.
Los gritos no tardaron en escucharse.
Una sinfonía de insultos y golpes sacudió la vivienda.
Luego, un ruido seco.
Silencio.
Unos segundos después, la puerta se abrió de nuevo.
María salió acomodándose el cabello, su rostro sereno.
Caminó hasta la casa de una vecina para pedir prestado el teléfono.
Llamó a la escuela de sus hijos y les pidió que fueran a casa de la abuela a pasar la noche.
—Arnulfo está demasiado borracho y agresivo —dijo—.
Yo sabré cómo manejar la situación.
Esa noche, en la pequeña cocina de su vivienda, María comenzó a picar cebollas, tomates, cilantro y pimientos.
Sofrió ajos y condimentos, molió las verduras en el molcajete para intensificar el sabor.
En la sartén, mezcló sus ingredientes con finas tiras de carne, repitiendo el proceso varias veces.
El guiso estaba listo.
El exquisito aroma se filtró por toda la vecindad.
Despertó a los vecinos más temprano de lo habitual. El hambre se apoderó de todos.
María, más amable que nunca, pasó de puerta en puerta repartiendo su platillo.
La gente comía con gusto, sirviéndose tacos rebosantes de carne y salsa.
—¡Mmmm, qué rico! —decían con satisfacción.
Las cervezas y los refrescos circulaban.
Alguien sacó una bocina y la fiesta comenzó.
Horas después, Alma y Daniel regresaron, sorprendidos por la celebración improvisada.
—Mamá… ¿qué pasó con mi papá? ¿Te volvió a pegar?
María los miró con ternura.
Luego, echó un vistazo a las ollas vacías y respondió con calma…
—Ese hombre no nos volverá a lastimar.
A veces la desesperación y el abuso constante, lleva a medidas extremas…
a decisiones quizás equivocadas, pero a veces lamentablemente necesarias.
Se que no es fácil salir de la violencia, por miedo o falta de recursos…
Se que muchas veces se pierde la vida o la libertad.
Pero…
No estás sola, haz un esfuerzo, sobreponte y pide ayuda…
Alas la voz…
GRITA!!!