Servicios Psicoterapéuticos Integrales y Capaciatación

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23/08/2025

El estrés sostenido altera profundamente el equilibrio del organismo. Como respuesta de supervivencia, el cuerpo tiende a la adaptación, redistribuyendo tensiones para mantener la funcionalidad. Este proceso puede entenderse desde la noción de tensegridad: cuando una parte del sistema se ve comprometida, otras compensan para sostener la estructura.

Desde la mirada de la Psiconeuroinmunoendocrinología (PNIE), esta adaptación se expresa en la interacción de cuatro ejes fundamentales:

Psique: emociones y pensamientos que modulan la percepción del estresor.

Neuro: activación del sistema nervioso autónomo, que dirige las respuestas inmediatas.

Inmuno: defensas que, bajo sobrecarga, pueden traducirse en inflamación o inmunosupresión.

Endocrino: liberación de cortisol y catecolaminas que ajustan el metabolismo y las reservas energéticas.

La tensegridad biológica permite sostener la vida a corto plazo, pero a un costo: el organismo reacomoda fuerzas que, si se cronifican, derivan en desgaste, inflamación o enfermedad.

Esto puede observarse en ejemplos concretos:

En el cáncer, la inmunosupresión asociada al exceso de cortisol puede favorecer que células tumorales escapen al control del sistema inmune.

En el SIBO (sobrecrecimiento bacteriano en intestino delgado), el estrés altera la motilidad intestinal y la barrera mucosa, abriendo paso a desequilibrios digestivos crónicos.

En los trastornos endocrinos, como hipotiroidismo o resistencia a la insulina, el organismo se ve forzado a sostener un metabolismo alterado bajo una constante señal de alarma.

Esto mismo acontece en los planos emocional y mental:

En lo emocional, la represión de una carga puede compensarse con ansiedad, irritabilidad o embotamiento afectivo.

En lo mental, la mente puede recurrir a defensas rígidas —hipercontrol, racionalización, negación— para sostener la homeostasis psíquica, aunque ello restrinja la flexibilidad y la creatividad.

La PNIE nos recuerda que el estrés no es solo un fenómeno psicológico, ni únicamente biológico, sino un desbalance sistémico en el que cuerpo, mente y entorno se reajustan continuamente para sobrevivir.

Reflexión final
Lo que en un inicio fue un recurso de

06/08/2025

No todas las guerras hacen ruido.
Algunas suceden en silencio, en la cama compartida, en los mensajes que se esconden detrás de frases como "lo hago por tu bien", o "es que tú me provocas".
Y mientras la mente intenta justificar lo injustificable, el cuerpo empieza a hablar.

Desde la psicología, sabemos que el cuerpo no distingue entre una amenaza física y una emocional. Para él, todo estrés sostenido activa los mismos mecanismos de defensa. Es lo que Hans Selye llamó el Síndrome de Adaptación General (SAG): una respuesta automática que intenta mantenernos vivos, incluso a costa de enfermarnos.

En una relación de pareja insana o patológica, este proceso puede verse así:

• En la fase de alarma, el cuerpo se activa: se libera adrenalina, se tensan los músculos, el corazón se acelera. La persona vive en alerta, esperando el próximo conflicto, grito o desprecio.
• En la fase de resistencia, el cuerpo trata de adaptarse. Se normaliza el dolor de estómago, la ansiedad al escuchar el celular sonar, el insomnio. El malestar se vuelve rutina.
• Y finalmente, llega la fase de agotamiento: se agotan las defensas, bajan las energías, aparece la depresión, los trastornos psicosomáticos, el cuerpo se desregula. El amor deja de ser refugio y se convierte en amenaza.

El timo se atrofia, el sistema inmune baja, las emociones se congelan, el deseo desaparece. El cuerpo empieza a enfermarse, no por debilidad, sino por lealtad: intenta protegerte de aquello que no te atreves aún a soltar.

Porque sí: hay vínculos que desgastan más que sanan. Relaciones que, en lugar de hacernos crecer, nos marchitan por dentro.

Escucha tu cuerpo.
Él sabe lo que tu mente todavía no logra nombrar.

¿Alguna vez sentiste que tu cuerpo hablaba por ti cuando tu voz ya no podía?
Te leo en los comentarios.

G.⚡⚡🔥

📞📝💻 #ᴀᴍᴏʀᴘʀᴏᴘɪᴏ

31/07/2025

La inflamación es, ante todo, una alarma. Una reacción defensiva del cuerpo ante algo que percibe como amenaza. No importa si es una herida visible o una herida intangible; el cuerpo responde. Pero cuando el entorno no cambia, cuando lo hostil se vuelve cotidiano, la inflamación deja de ser puntual y se vuelve silenciosa, persistente, insidiosa.

No sólo los tejidos duelen. También lo hace el alma.

En el lenguaje de la psiconeuroinmunoendocrinología, sabemos que lo que afecta al entorno afecta al sistema nervioso. El cerebro, que alguna vez se creyó aislado del resto del cuerpo, hoy sabemos que escucha y reacciona: a una palabra hiriente, a una infancia negada, a una pérdida no llorada, a una casa sin refugio. Y cuando ese entorno —ese ambioma que habitamos y nos habita— se torna adverso, el cuerpo lo acusa. A veces con insomnio. A veces con ansiedad. A veces con una depresión que no cede con voluntad, porque no es flojera del alma, sino inflamación del espíritu.

Así como una infección celular necesita atención, el sistema emocional también necesita cuidados cuando está inflamado. No basta con silenciar los síntomas. Hay que leerlos.

La ansiedad, la neurosis, la depresión… no son únicamente fallas bioquímicas ni signos de debilidad. Son formas de protesta. Son el lenguaje de un sistema que se defiende como puede ante un mundo que no lo ha tratado con ternura.

Tal vez sea tiempo de repensar nuestras enfermedades no sólo como fallas internas, sino como expresiones de un organismo en diálogo con su mundo.

¿Y tú?

¿Qué parte de ti ha enfermado por un ambioma hostil?
¿De qué maneras ha gritado tu cuerpo lo que tu entorno no pudo escuchar?
¿Has identificado alguna inflamación emocional que no empezó en ti, sino afuera?

Te leo si deseas compartirlo.
A veces, empezar a narrarlo… también empieza a sanarlo.

G.⚡⚡🔥

25/07/2025

Cuando voy a terapia y mi psicólogo/a me dice que cuento con él/ella 24/7.
Expectativa vs. realidad.
Un poco de humor nunca está de más.

G.⚡⚡🔥

23/07/2025

Hay vínculos que no son amor, aunque así los sintamos.

Cuando la herida del abandono se activa, la sola posibilidad de perder a esa persona que amamos —o creemos amar— se convierte en una amenaza devastadora.
Entonces cualquier silencio, cualquier distancia, cualquier gesto ambiguo se convierte en una alarma que nos lleva al abismo.

Lloramos, suplicamos, pagamos cualquier precio.
Incluso el de nuestra dignidad.

El miedo nos arrastra a hacer cosas que jamás hubiéramos imaginado.
Y el mundo pierde color, pierde sentido.
Todo se nubla.
Todo se vuelve gris.

Sentimos que sin esa persona no podremos seguir adelante.
Y sí, incluso deseamos morir.

No importan los consejos, ni las palabras de consuelo.
No importa lo que digan los demás.
Porque para quien vive desde esa herida, la vida misma se desmorona si ese otro se va.

No es drama.
Es dolor real.
Es un vacío tan profundo que nos hace sentir diminutas, irrelevantes, perdidas.

Suplicamos amor.
Chantajeamos afecto.
Nos aferramos aunque todo duela.
Y si esa persona se va…
sentimos que nuestro mundo también desaparece.

Pero aquí, justo aquí, comienza el verdadero proceso de sanación.

Cuando tocamos fondo, algo dentro de nosotras puede empezar a despertar.
No siempre lo hace de inmediato. A veces se gesta lentamente, entre lágrimas, temblores y silencios.
Es el momento de mirar hacia adentro.
De reconocer que ese vacío no lo causó esta persona… sino una herida mucho más antigua.

Sanar implica dejar de poner nuestra vida en manos de quien no puede o no quiere sostenerla.
Implica comenzar a cuidarnos, aunque sea con torpeza.
Implica terapia, conciencia, tiempo, y una profunda dosis de compasión hacia nosotras mismas.

No se trata de dejar de amar.
Se trata de aprender a amarnos primero.

Porque cuando empezamos a elegirnos, a vernos, a priorizarnos…
el mundo deja de ser gris.
Y comenzamos a construir un sentido que no depende de nadie más.

¿Desde dónde estás amando: desde la libertad o desde el miedo?
¿Estás dispuesta a soltar a quien no puede quedarse, para no volver a soltar(te) a ti?
¿Qué pasaría si empezaras a sanar la herida, en vez de seguir alimentando el vínculo que la reabre?

G.⚡⚡🔥

22/07/2025

¿Qué ocurre cuando una parte de ti avanza, mientras la otra sigue congelada en el pasado?

Hay momentos en que algo se parte dentro de nosotros/as.
No siempre se escucha el estruendo… pero se siente: en el cuerpo, en los vínculos, en los pensamientos que giran en espiral.

Dejando una huella, una herida la cual muchas veces no está en el cuerpo, sino en el mapa que la mente dibujó tras el impacto.

A veces es el trauma el que traza esa grieta.
Divide lo que fuimos de lo que somos. Una parte queda atrapada en el pasado —quieta, silenciada, congelada— mientras otra intenta seguir viviendo con lo que puede.
La mente sobrevive. El cuerpo lo recuerda. El alma, en silencio, espera el momento del reencuentro.

El trauma no solo deja cicatrices en la memoria: reorganiza la percepción, disocia la identidad, crea rutas neuronales de supervivencia que nos alejan de nosotros/as mismos/as.

Sanar es tender puentes entre ambas mitades. Integrar. Recordar con el cuerpo, comprender con el alma.

La transformación no es suave. A veces parte en dos la psique como un relámpago.
Hay una parte de nosotros que duerme, que se protege, que se esconde en la sombra.
Y otra que empieza a brotar, a arder, a expandirse...
Ese umbral entre ambas no es una línea, es una grieta luminosa.

Y sí!... No estás loco/a.

Estás en proceso.
A veces sientes que una parte de ti sigue atrapada en el pasado…
Mientras otra comienza a florecer, a brotar con fuerza.
El cuerpo lo sabe. La mente lo teme. El alma lo empuja.
Sanar no es lineal. Es un camino de integración entre lo que fuiste, lo que sobreviviste y lo que estás aprendiendo a ser.

Desde fuera, tal vez ni siquiera los demás puedan percibir la ruptura. Pero, desde dentro, se percibe, se vive, se siente como caos.
Desde el alma… es un llamado.
Un llamado a integrar lo que fue separado, a tender puentes entre las partes exiliadas de uno/a mismo/a.
El camino no sigue una línea recta. A veces arde. A veces asusta.
Pero también abre. Revela. Despierta.

El despertar duele… porque nos obliga a mirar lo que evitamos.
A nombrar lo innombrable.
A reconocer que no estamos rotos, sino en transformación.
Mitad sombra, mitad renacer.

El despertar duele. Pero

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