15/08/2025
Muchas veces nos sentimos rotas, incompletas, hemos dejado de creer en nosotras y además nos sentimos poco suficientes, desarmadas, nada valiosas.
Luego comenzamos a preguntarnos si tenemos algo mal o algo malo porque si fuera algo bueno no me sentiría tan mal.
Sucede que me compré la idea del juicio de alguien que he apreciado y me lo creí en lugar de seguir creyendo más en mi.
Ni estoy rota, ni perdida, ni fragmentada como ficha de rompecabezas. Me solté mi mano. Me distraje con la vida poniendo a todos antes que a mí.
Llené mi cabeza con opiniones y pensamientos de alguien más y no soy yo ni es mi voz.
Lo bueno es que así como me solté, también puedo regresar a mí. Se corrige el sendero y el camino. Acepto que me dejé llevar y elegí permanecer ahí. Lo imité.
Ahora que lo veo y lo entiendo y me hace como corto circuito porque me siento rara, porque no les quiero romper la lealtad ni el cariño que les tengo y es que hoy puedo identificarlo y ponerle nombre.
Sin embargo, me la rompí a mí. Por eso me siento rota. Me separé de mi paz, de mi latido, de mi voz propia.
Por eso y más es que he de volver a mí.
El pasado ya pasó y no puedo cambiarlo. Mañana es otro día.
En mi aquí y ahora, inhalo y exhalo. Respiro. Agarro aire. Suelto tensión.
Lloro.
Me enojo conmigo, cómo lo permití y cómo sucedió.
Hago catarsis.
Suelto de nuevo.
Es una purga emocional.
Nada que el tiempo sabio puede curar y mi consciencia le pondrá más volumen a mí voz.
La prueba de fuego es que cuando resuenen esas frases y voces en mi cabeza, habré de escucharme primero.
Ya sé qué se siente dejarme al final.
No. No es ser egoísta, es regresar a mí.
Es valorarme y se llama paz interna y amor propio.
Me abrazo, me acepto. Es volver a mí, en mi centro.
Besotes a mi ser.