14/02/2025
¿Por qué nos cuesta tanto cambiar?
Imagínate que a tu madre le encante sufrir y después de una larga observación, inconscientemente supieras que esta forma de comportarse le hubiera permitido salirse siempre con la suya. Pongamos también que en la vida hayas tenido algunas experiencias muy duras que te han hecho sufrir. Estos recuerdos siguen provocándote una reacción emocional relacionada con una persona en concreto de un lugar y una época de tu vida. Has estado pensando en el pasado lo suficiente y estos recuerdos afloran a tu mente incluso de manera automática. Imagínate ahora que durante más de veinte años has estado pensando y sintiendo, sintiendo y pensando en el sufrimiento.
Ahora, para sufrir, ya no necesitas pensar en el episodio del pasado.
Te resulta imposible pensar o actuar de distinta manera a lo que siempre estás sintiendo. Has acabado memorizando el sufrimiento con tus pensamientos y sentimientos recurrentes: el relacionado con aquel episodio y con otros de tu vida. Tus pensamientos sobre ti y tu vida están condicionados por los sentimientos de victimización y autocompasión. Los mismos pensamientos y sentimientos que has estado teniendo durante más de veinte años han hecho que tu cuerpo recuerde la sensación de sufrimiento sin darte cuenta. Ahora esto te parece de lo más natural y normal.
Es quien eres. Y siempre que intentas cambiar algo de ti, es como si volvieras al punto de partida. Vuelves a ser el mismo de siempre.
Lo que la mayoría de la gente no sabe es que al pensar en una experiencia con una fuerte carga emocional se activan en el cerebro las mismas secuencias y estructuras del pasado. Y al activarse, las redes neurales de esos circuitos se consolidan cada vez más. También se duplican las mismas sustancias químicas liberadas en el cerebro y el cuerpo (en diversos grados), como si en ese momento estuvieran viviendo de nuevo aquella experiencia del pasado. Estas sustancias químicas hacen que el cuerpo memorice aún más la emoción. Tanto los resultados químicos de pensar y sentir, y sentir y pensar, como las neuronas activándose y conectándose juntas hacen que la mente y el cuerpo activen una serie limitada de programas automáticos.
Los seres humanos somos capaces de revivir un episodio del pasado una y otra vez, tal vez millares de veces en la vida. Esta repetición inconsciente es la que habitúa al cuerpo a recordar ese estado emocional igual o mejor de lo que lo recuerda la mente consciente. Cuando el cuerpo lo recuerda mejor que la mente consciente, es decir, cuando el cuerpo es la mente, se le llama hábito.
Los psicólogos afirman que a los 35 años nuestra identidad o personalidad está completamente formada. Significa que los que superamos esa edad hemos memorizado una serie de conductas, actitudes, creencias, reacciones emocionales, hábitos, habilidades, recuerdos asociativos, respuestas condicionadas y percepciones que ahora llevamos dentro programadas sin que nos demos cuenta. Estos programas nos dirigen, porque el cuerpo se ha convertido en la mente.
Significa que seguiremos pensando, sintiendo y reaccionando de la misma manera de siempre, comportándonos del mismo modo, creyendo los mismos dogmas y percibiendo la realidad de la misma forma. El 95 por ciento de quien somos al cumplir los 40 es una serie de programas subconscientes que se han vuelto automáticos, como por ejemplo conducir un coche, cepillarnos los dientes, reaccionar de forma exagerada cuando estamos estresados, preocuparnos por el futuro, juzgar a los amigos, quejarnos de nuestra vida, culpar a nuestros padres, no creer en nosotros mismos y seguir insistiendo en nuestra infelicidad crónica, por nombrar unos pocos.