14/02/2025
El costo del ego de una madre
Hay un tipo único de dolor que viene de tener una madre que no puede ver más allá de su propio reflejo: una madre tan enredada en su propio ego que confunde el control por amor y el orgullo por protección. Es el tipo de dolor que no viene con el cierre, solo se hace ecos de lo que podría haber sido.
Una madre así no alimenta; ella dicta. Ella no escucha; ella manda. Ella confunde su propio dolor con el dolor del mundo y exige que sus hijos lleven el peso de heridas que nunca fueron suyas para curar. La familia se convierte en un campo de batalla donde su necesidad de tener la razón es más importante que la unidad, donde el amor se raciona como recompensa por la obediencia en lugar de dado libremente.
Los hijos de una madre así aprenden temprano que el amor es condicional. Aprenden a encogerse, a actuar, a cambiar su autenticidad por aceptación. Aprenden que el desacuerdo es traición, que sus propias necesidades son un inconveniente. Y si se atreven a alejarse, a elegir su propia paz sobre su caos, son etiquetados como desagradecidos, desleales o incluso crueles.
¿Pero qué significa cuando la persona que se suponía que era la base del amor es la que lo fractura? ¿Cuando la persona destinada a proteger es la que inflige las heridas más profundas? Significa que el amor, para ellos, se convierte en un rompecabezas, algo que hay que ganar en lugar de algo intrínseco. Significa que la confianza es frágil, que las relaciones se sienten como cuerdas flojas, que la autoestima se mide por cuánto pueden soportar en lugar de por cuánto pueden prosperar.
¿Y la madre? Puede que nunca lo vea. El ego es una cosa poderosa: ciega, justifica, reescribe la historia para convertirla en víctima de la misma historia que ella escribió. Ella puede sentarse sola en la casa que una vez gobernó, preguntándose por qué sus hijos no llaman, por qué el calor que exige nunca regresa a ella. Pero aún así, la verdad será demasiado pesada para que ella la sostenga.
Para los que han vivido esta realidad, la curación es larga. Es desaprender, es perdonar sin olvidar, es estár de luto por una madre que sigue viva pero nunca estuvo realmente allí. Es encontrar el amor en lugares que no requieren dolor como prueba de lealtad. Estár rompiendo ciclos para que la próxima generación nunca tenga que cuestionar si alguna vez fueron suficientes.
Porque lo eran. Lo fuimos siempre.