03/04/2020
¿Y qué dijeron? ya se cansó de escribir anécdotas y no tendremos que aguantarlo ¡Pues no! ahí va otra:
YO SOY GARRIK, CAMBIADME LA RECETA
Corría la década de los 80´s. En ese tiempo Rolando (el pollo) López Monroy y yo trabajábamos juntos en “El colibrí”, sin duda uno de los mejores lugares nocturnos de Morelia (en esa época), y aunque suene medio mamila, éramos las “estrellitas” del lugar.
Pues resulta que mi papá con ochenta y tantos años (nació en 1900), decidió hacer un viaje a Los Angeles, para visitar a mis hermanos, y estando allá un mal día, salió del negocio de mi hermano José Luis (Jose´s Ice Cream), para ir a la tienda de la esquina, y ¡pácatelas!, Halzheimer atacó en unos minutos, y mi padre no volvió.
Pasó más de una hora y mi hermano, desesperadamente, comenzó a buscarlo y… no lo encontró.
José Luis, ya angustiado, nos habló comunicándonos la tragedia, (creo que era un lunes), a partir del día siguiente puso a todos sus empleados a buscarlo, y en lugar de salir a vender nieve en las camionetas, se dedicaron a tratar de encontrarlo.
De inmediato mi hermano mandó distribuir un cartel con la foto de mi papá, ofreciendo una recompensa de mil dólares para quien lo encontrara, o diera datos para encontrarlo, (la foto que acompaña esta anécdota es de dicho cartel).
La angustia fue para toda la familia, mi hermana Cecilia salió de inmediato a Los Angeles, para ayudar en lo que pudiera, yo no pude ir porque no tenía visa, yo había estado varias veces en Los Angeles, e incluso tenía licencia de manejar en EEUU, podría haber ayudado, pero como dije no tenía visa.
Así que me quedé en Morelia, solo a esperar noticias.
En ese tiempo teníamos una hija, Catalina, y mi esposa estaba embarazada por segunda vez. Ya habíamos acordado que si era niño se llamaría Jesús, (¿Por qué Jesús? Pues porque cuando yo estuve en la prepa me enteré que en la religión católica habían prohibido ponerle a los hijos el nombre de Jesús, para que quedara como nombre exclusivo para Jesucristo).
Y como siempre fui rebelde, y me encantaba llevar la contraria, yo había jurado y perjurado que cuando me casara y tuviera un hijo, se llamaría Jesús. Nomás por joder, ya me conocen), pero no teníamos decidido el nombre si repetía niña.
Esta situación fue tan dura, que al segundo o tercer día, a media noche estuve llorando, mi mujer se despertó y como para consolarme en mi pena me dijo:
-Si es niña le pondremos Luisa (mi papá se llamaba Luis).
Así que la segunda se llama Luisa.
Como dije, trabajaba en “El colibrí”, donde nos presentábamos Rolando y yo, dos o tres veces por semana.
Nuestro espectáculo (“chou” en inglés), era de poemas y canciones, y siempre con mucho buen humor.
Creo que fue el jueves cuando, con una gran tristeza, (faltaba como una hora para nuestro numerito), me salí al patio a fumar (que raro), y a pensar en mi papá, (perdido en una ciudad tan violenta como Los Angeles, con ochenta y tantos años, sin saber ni quien era).
Pensaba lo peor. ¿Estará pasando frío y hambre?, ¿lo habrán herido?, tal vez lo mataron para asaltarlo. Por mi mente solo se atravesaban pensamientos lúgubres. No pude más, y a solas, comencé a llorar.
En eso salió mi compadre Rolando, junto con él “cuañaito”: Beto Maldonado para avisarme que nos tocaba subir al escenario. Al verme llorando, Rolando me dijo que mejor suspendiéramos la función.
-Compadre, -me dijo, -creo que no estás en condiciones, ni de humor para hacer reír a nadie.
Pensé un rato sobre esa opción, pero al final le contesté:
-No compadre, la función debe continuar, de esto comen mis hijos y aunque esté destruido por dentro, tengo que salir a hacer lo que me toca.
Era doloroso, pero no me podía rajar, no podía dejar de trabajar y ganar unos cuantos pesos para llevar a casa.
Rolando y yo salimos a escena y cumplimos. Al terminar me acerque a la mesa donde estaba Beto, y éste queriéndome ayudar me dijo.
-Mira “cuñaito”, “orita” nos vamos a mi casa, compro tres pomos de tequila y nos ponemos una buena, al menos, bien borracho, vas a irte a dormir sin tanta pena.
Le agradecí la buena intención y fui con el “Rolex” (Rolando), y le comuniqué el plan.
Este se puso serio y me dijo:
-Creo que haces mal, no sé qué noticias recibirás mañana de tu papá, tal vez buenas, o tal vez malas. Pero sean las que sean, pienso que debes recibirlas de pie y entero, venga lo que venga, debes estar consciente y lúcido.
Consideré que tenía razón, viniera lo que viniere, había que recibir la noticia entero y de pie. Así que fui con Beto y le dije que no, que me iba a dormir a casa con mi mujer y mi hija.
Sabio consejo el que me dio Rolando. Al día siguiente Catalina, mi esposa me despertó
-¡Jesús! ¡Jesús!
-¿Qué pasa? –Desperté medio atarantado por la desvelada, pero no crudo, bien consciente.
-¡Encontraron a tu papá! ¡Está bien! ¡No le pasó nada!
Sabio consejo el que me dio Rolando, fue hermoso recibir esa noticia en mis cinco sentidos, disfruté tanto el saberlo, “qué chingón que no estoy crudo”, pensé.
Desde entonces aconsejo lo mismo a los amigos que esperan noticias buenas o malas, y les recuerdo la obra de teatro de Alejandro Casona: “Los árboles mueren de pie”.
Hablé de inmediato a Los Angeles y, mis hermanos, felices, me confirmaron la noticia.
-Anoche pensé lo peor, -le dije a José Luis, temí que le hubieran hecho algún mal, o hasta que lo hubieran matado.
Mi hermano, mu**to de risa, me comentó:
-De eso nada, nadie le hubiera hecho daño. – Me dijo-. Después de distribuir el cartel, el viejo valía mil dólares, más bien lo iban a cuidar para entregarlo enterito.
Yo también reí feliz, en mis pensamientos volví a dar gracias a mi compadre, por haber evitado que me pusiera “pedo” la noche anterior.
Luego me enteré que cuando a mi hermano José Luis le habló un negro, para preguntarle si era cierto que había una recompensa de mil dólares por el viejito, y él lo confirmó.
-Yo lo tengo, -le dijo el negro, y le dio el domicilio.
Mi hermano temiendo que fuera una trampa, se hizo acompañar por todos sus choferes en las “trocas” para vender nieve, y se apersonaron en el lugar.
El negro, inquieto, los esperaba en la puerta de su casa.
-¿Tú tienes a mi papá? –José Luis le preguntó, en cuanto se acercó.
-¿Traes los mil dólares? –El negro preguntó a su vez.
-Aquí están –dijo mi hermano palpándose la bolsa del pantalón.
-¿Puedo verlos?
-Primero mi papá ¿dónde está?
-Allá adentro. –respondió señalando su casa.
-Tráelo
-Primero los mil dólares.
Se dieron cuenta que ambos desconfiaban el uno del otro y había que solucionarlo.
Afortunadamente mi hermano iba acompañado de su hijo Alejandro, que a la sazón, contaba con once o doce años, y tuvo la gran idea.
-Deja que entre el niño, y si mi papá está adentro te doy los mil dólares.
El negro aceptó, y Alejandro entró en la casa. Unos minutos después salió.
-¿Está tu abuelito adentro? –preguntó mi hermano.
-Sí. –dijo Alejandro.
-¿Está bien?
-Está comiendo.
-Entonces está bien.
Mi hermano sacó la cartera y le dio el dinero al negro. (Mi papá era muy tragón y si estaba comiendo, seguro que estaba bien).
Lo cotorro es que, una vez realizado el intercambio el negro se acercó a mi hermano y le dijo.
-Oiga, ¿no me puede dar un “raid” al banco?
-¿Para qué –preguntó José Luis
-Es que ahora, -comenzó el negro, -todos los vecinos saben que tengo mil dólares y necesito ir al banco a depositarlos, si no lo hago, capaz que me parten la madre por el dinero.
Quiero decir algo importante, esa experiencia me dejó mucho más aprendizaje que muchas experiencias en mi vida.