31/05/2025
Memorias de Arena, pasos, mar
El viento no solo sopló: susurró.
Me hablaba de mí. De todo lo que fui.
De lo que aún guardaba en el rincón más hondo del pecho.
Caminé sola, pero no del todo.
La playa no era solo arena y agua.
Era un espejo extendido donde el cielo bajaba y los pasos dejaban más que huellas: dejaban historias.
Me encontré con el pasado.
No como un monstruo que asusta,
sino como una niña que aún quería ser vista,
sostenida, perdonada.
Las olas traían nombres.
Algunos olvidados, otros imposibles de olvidar.
Y entre espuma y sal, una presencia suave, tibia.
Como si un alma caminara a mi lado.
Tu alma. Con tu sonrisa serena, cálida.
Con tu mirada, que no juzgaba, que simplemente observaba y acariciaba el alma.
Tus abrazos no eran brazos: eran un refugio, silencioso y firme, como una roca en medio del mar.
Sentí tu calidez, tu piel, su voz.
Y vi, una vez más, ese caminar tuyo:
relajado, libre, solitario...
¿Nos habíamos prometido este encuentro?
Nos bastó con caminar, tomarte de la mano, abrazarme a ti. Liberé lágrimas, risas, culpas viejas. Liberé lo que ya no era mío, aunque lo hubiera cargado como si lo fuera.
La playa me sostuvo hasta ver, después de un gran abrazo, tu caminar relajado, libre, solitario y feliz. Solo el mar, mi sombra, y un "gracias" al viento.
Entendí que el alma no se va, solo cambia de forma.
Como las olas, vuelve.
Como la memoria, susurra.
Gracias, Papi Andrey,
por tu sonrisa, tu mirada, tus abrazos.
Por tu apoyo y tu calidez.
Por enseñarme que se puede caminar solo y libre,
pero siempre en conexión.
Por seguir caminando conmigo,
aunque ahora lo te vea, pero te siento. Gracias.