29/09/2025
Hoy circula más contenido sobre bienestar psicológico que nunca, pero la mayor parte no está sustentado en evidencia. Un análisis de 500 videos en TikTok con etiquetas como mostró que más del 80% ofrecía información inexacta o engañosa. La difusión de este tipo de mensajes no solo confunde: puede generar aprendizaje desadaptativo en jóvenes y adultos, favorecer la evitación experiencial y retrasar la búsqueda de ayuda profesional.
¿Por qué ocurre?
Porque la desinformación es altamente reforzada: quienes la difunden obtienen atención, likes, seguidores y, en muchos casos, beneficios económicos. El problema es que estos mensajes pueden instalar reglas verbales poco funcionales (“si te pasa esto, seguro tienes tal trastorno”), promoviendo la autoetiquetación, el sobrediagnóstico y un estilo de afrontamiento rígido basado en explicaciones populares y no en conductas efectivas.
Cuando un consultante llega con estas ideas, el impulso del profesional suele ser corregirlo de inmediato. Sin embargo, desde el análisis funcional sabemos que confrontar directamente puede funcionar como castigo, generando vergüenza, rechazo y debilitando la alianza terapéutica. En ACT, además, se reconoce que el lenguaje es parte del problema, no solo de la solución. Por eso, en lugar de eliminar, conviene ampliar y flexibilizar.
Algunas estrategias útiles:
Ampliar el repertorio verbal: diferenciar entre el uso popular de un término y su uso técnico, sin invalidar la experiencia del consultante.
Explorar funciones, no etiquetas: más que discutir si algo “es ansiedad” o “es trauma”, analizar qué conductas, contextos y consecuencias están presentes.
Validar antes de informar: escuchar la preocupación y luego introducir gradualmente información basada en evidencia, usando ejemplos claros y aplicables.
Familiarizarse con el entorno digital: conocer qué tipo de contenido consumen los consultantes y cómo esto influye en sus reglas de conducta.
Ofrecer alternativas: recomendar fuentes confiables, generar material psicoeducativo accesible o colaborar con creadores de contenido para expandir información precisa.
Reforzar la autogestión crítica: entrenar al consultante a cuestionar la funcionalidad de lo que escucha o ve (“¿esto me ayuda a actuar en dirección a lo que valoro?”).
Modelar flexibilidad: mostrar cómo es posible convivir con la avalancha de discursos virales sin aferrarse rígidamente a ellos.
Cuestionar y contrastar: entrenar la habilidad de investigar por cuenta propia y no dar por sentado que algo es cierto solo porque coincide con nuestras creencias o preferencias.
La desinformación no se combate solo con datos, sino con un trabajo funcional sobre el lenguaje, la relación terapéutica y el entrenamiento en discriminación de fuentes. El objetivo no es que los consultantes usen las palabras correctas, sino que desarrollen conductas más efectivas para enfrentar la vida y avanzar hacia lo que realmente importa en su contexto.