
28/06/2025
𝐋𝐚 𝐑𝐞𝐛𝐞𝐥𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞𝐥 𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐈𝐧𝐜𝐨𝐧𝐬𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞: 𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐮𝐧 𝐑𝐚𝐲𝐨 𝐍𝐨𝐬 𝐄𝐬𝐭𝐚𝐜𝐚
(Un viaje al corazón de lo imposible donde el deseo y la verdad se entrelazan)
El amor y el autoconocimiento nacen de un mismo gesto: aceptar que no somos islas. La elección amorosa es un rayo inconsciente que quiebra la ilusión de control, revelando que solo a través del otro —y su capacidad para desnudar nuestras mentiras— podemos habitar la vulnerabilidad que nos define. En esa grieta entre lo que creemos ser y lo que el mundo nos muestra, se forja un amor que no busca completud, sino escribir una verdad singular ante lo imposible.
𝘾𝙤𝙢𝙤 𝙨𝙞 𝙨𝙚 𝙥𝙪𝙙𝙞𝙚𝙨𝙚 𝙚𝙡𝙚𝙜𝙞𝙧 𝙚𝙣 𝙚𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧, 𝙘𝙤𝙢𝙤 𝙨𝙞 𝙣𝙤 𝙛𝙪𝙚𝙧𝙖 𝙪𝙣 𝙧𝙖𝙮𝙤 𝙦𝙪𝙚 𝙩𝙚 𝙥𝙖𝙧𝙩𝙚 𝙡𝙤𝙨 𝙝𝙪𝙚𝙨𝙤𝙨 𝙮 𝙩𝙚 𝙙𝙚𝙟𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙖𝙦𝙪𝙚𝙖𝙙𝙤 𝙚𝙣 𝙡𝙖 𝙢𝙞𝙩𝙖𝙙 𝙙𝙚𝙡 𝙥𝙖𝙩𝙞𝙤. 𝙅𝙪𝙡𝙞𝙤 𝘾𝙤𝙧𝙩𝙖́𝙯𝙖𝙧
El momento del flechazo es un terremoto silencioso. No se elige; acontece. Como la lluvia que empapa sin aviso, irrumpe en la biografía personal y la parte en dos: un antes y un después escrito por una fuerza ajena a la razón. Esta elección clandestina, que hunde sus raíces en lo más opaco de nuestro ser, no es un acto de libertad, sino el eco de una marca singular —una herida invisible que nos constituye— resonando con otra. No amamos por cálculo o mérito; amamos porque en el otro encontramos un exilio similar al nuestro, un modo único de habitar la imposibilidad de ser completos.
Quienes intentan domar este misterio con reglas —ya sea la psicología que reduce el amor a una "elección de sofá", o los manuales que prometen armonía eterna— chocan contra un muro infranqueable: la relación sexual, en su fantasía de fusión perfecta, es estructuralmente imposible. No se trata de falta de técnica o compromiso, sino de que dos goces nunca encajan como piezas de un rompecabezas.
𝙀𝙡 𝙝𝙤𝙢𝙗𝙧𝙚 𝙮 𝙡𝙖 𝙢𝙪𝙟𝙚𝙧, 𝙥𝙤𝙧 𝙚𝙟𝙚𝙢𝙥𝙡𝙤, 𝙚𝙭𝙥𝙚𝙧𝙞𝙢𝙚𝙣𝙩𝙖𝙣 𝙚𝙡 𝙙𝙚𝙨𝙚𝙤 𝙮 𝙚𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙚𝙣 𝙘𝙡𝙖𝙫𝙚𝙨 𝙙𝙞𝙨𝙩𝙞𝙣𝙩𝙖𝙨: para muchos hombres, amor y sexualidad pueden ser caminos paralelos; para muchas mujeres, el goce está indisolublemente anudado a ser amadas. Esta asimetría no es un defecto corregible, sino el telón de fondo sobre el que se proyecta el drama humano.
𝘼𝙣𝙩𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙚 𝙖𝙗𝙞𝙨𝙢𝙤, 𝙨𝙪𝙧𝙜𝙚𝙣 𝙙𝙤𝙨 𝙘𝙖𝙢𝙞𝙣𝙤𝙨
Uno conduce a la impotencia: culpar a la pareja, cambiar de rostro buscando un espejo que no exista, repetir eternamente el mismo guion edípico. El otro, más valiente, es el del "𝙣𝙪𝙚𝙫𝙤 𝙖𝙢𝙤𝙧": aceptar lo imposible sin convertirlo en fracaso. Quien recorre esta vía —a menudo impulsado por un análisis que despeja sus repeticiones vacías— descubre que amar no es fundirse con el otro, sino crear junto a él un lenguaje propio para habitar la falta.
Como la filósofa Agnes Callard (Budapest, 49 años) que lleva décadas obsesionada con Sócrates e, inspirada por la coherencia radical de su maestro, disolvió su matrimonio al reconocer una verdad incómoda: su amor por otro hombre era más auténtico.
Sobrevolando Estados Unidos en 2011 decidió apostar por su rareza y encarar las conversaciones correctas. Una tarde de ese año, durante una discusión académica sobre un problema del pensamiento griego —la distinción filosófica entre el uno y el dos—, Callard y uno de sus estudiantes de posgrado se enfrentaron a una inquietud mucho menos abstracta: en el transcurso del trimestre, sin haberlo planeado, ambos se habían colgado del otro. Al día siguiente, durante un vuelo a Nueva York para visitar a sus padres, Callard —entonces de 35 años—, inspirada por su ideal socrático de coherencia interna y fidelidad a la verdad, sintió que debía ser completamente honesta consigo misma. La experiencia emocional que vivía con su estudiante, Arnold Brooks, de 27 años, le parecía más profunda y auténtica que la que compartía con su marido, el también profesor de Filosofía en la misma Universidad, Ben Callard, padre de sus dos hijos pequeños.
Convencida de que la honestidad radical era el único camino posible, Callard decidió en ese vuelo que debía poner fin a su matrimonio. Volvió a casa y mantuvo una conversación de un día entero con su marido. Reflexionaron juntos sobre los distintos tipos de amor y, al día siguiente, decidieron divorciarse. La filósofa se casaría con su alumno unos meses después, en 2012, y ha tenido un tercer hijo con él. Esos cambios, no obstante, no han supuesto un distanciamiento con su primer marido. Los tres adultos y los tres niños viven bajo el mismo techo, compartiendo los cuidados de la crianza y los ideales familiares.
No huyó del conflicto; enfrentó una conversación brutalmente honesta que redefinió su vida. Ella, su exmarido y su nuevo compañero construyeron luego una familia insólita, unidos no por la promesa de completud, sino por la lealtad a sus respectivas búsquedas.
elpais.com/cultura/2025-06-25/agnes-callard-la-filosofa-socratica-que-vive-en-trieja-con-su-ex-y-su-marido-a-la-gente-le-extrana-mi-forma-de-vida-pero-cuando-la-explico-siempre-me-entienden.html
En este territorio sin mapas, el otro cumple una función reveladora: es el espejo que nos devuelve lo que solos no podemos ver. "Esa parte no cuadra, suéltala ya", nos dice con su mirada o sus palabras. Necesitamos esa confrontación no por debilidad, sino porque nuestra ignorancia es constitutiva. Como enseñaba el sabio que renunciaba al "𝘀𝗲́ 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝗼 𝘀𝗲́ 𝗻𝗮𝗱𝗮", solo al abrazar nuestra dependencia del otro accedemos a destellos de verdad. La filósofa lo vivió en carne propia: fue su diálogo incómodo con la realidad —no sus lecturas— lo que la obligó a reescribir su vida.
El arte lo intuye mejor que nadie. En películas como Los puentes de Madison, la protagonista elige permanecer en su matrimonio... pero un encuentro fugaz con un extraño le revela una dimensión de sí misma que su vida ordenada jamás le mostró.
No se trata de romanticismo, sino de esa valentía lacaniana: "𝙫𝙖𝙡𝙚𝙣𝙩𝙞́𝙖 𝙖𝙣𝙩𝙚 𝙛𝙖𝙩𝙖𝙡 𝙙𝙚𝙨𝙩𝙞𝙣𝙤". El amor verdadero —ese que trasciende el enamoramiento inicial— no evade el dolor o la pérdida; los asume como parte de la escritura singular que dos personas trazan sobre el vacío. Cuando una relación termina sin negar lo imposible, el duelo no es devastador: es la cicatriz que testifica que algo real ocurrió.
La sociedad, sin embargo, insiste en vendernos ilusiones tóxicas. Anuncios que prometen sincronía sexual perfecta, apps que convierten el amor en un catálogo, discursos que patologizan el dolor... Todo esto niega lo esencial: que el amor es un acto de fe en lo inconsciente. Cortázar lo sabía: no elegimos la lluvia. Pero es en ese aguacero imprevisto —en la humedad que nos cala hasta los huesos— donde descubrimos quiénes somos realmente. El verdadero amor no es el que nos salva de la caída; es el que nos enseña a danzar en el filo de lo imposible.
𝐄𝐩𝐢́𝐥𝐨𝐠𝐨 𝐧𝐨 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐨:
Quizás la última rebelión sea esta: dejar de buscar parejas que nos "𝙘𝙤𝙢𝙥𝙡𝙚𝙩𝙚𝙣" y empezar a amar a quienes nos ayudan a leer nuestra propia marca invisible. Allí donde el lenguaje falla, donde el goce se hace opaco, nace la única completud posible: la de dos soledades que, sin fundirse, se eligen para escribir juntas —con errores, grietas y destellos de verdad— la historia de un exilio compartido.
Los sabios de la india observaron hace años que nuestro destino es finalmente forjado por nuestras más profundas intenciones y deseos.
Texto Védico clásico conocido como Upanishads:
❝𝐄𝐫𝐞𝐬 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐬 𝐭𝐮 𝐦𝐚́𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐟𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐝𝐞𝐬𝐞𝐨. 𝐂𝐨𝐦𝐨 𝐞𝐬 𝐭𝐮 𝐦𝐚́𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐟𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐝𝐞𝐬𝐞𝐨, 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞́𝐧 𝐞𝐬 𝐭𝐮 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐧𝐜𝐢𝐨́𝐧. 𝐂𝐨𝐦𝐨 𝐞𝐬 𝐭𝐮 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐧𝐜𝐢𝐨́𝐧, 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞́𝐧 𝐞𝐬 𝐭𝐮 𝐯𝐨𝐥𝐮𝐧𝐭𝐚𝐝. 𝐂𝐨𝐦𝐨 𝐞𝐬 𝐭𝐮 𝐯𝐨𝐥𝐮𝐧𝐭𝐚𝐝, 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞́𝐧 𝐬𝐞𝐫𝐚́𝐧 𝐭𝐮𝐬 𝐚𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬. 𝐂𝐨𝐦𝐨 𝐬𝐞𝐚𝐧 𝐭𝐮𝐬 𝐚𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞́𝐧 𝐬𝐞𝐫𝐚́ 𝐭𝐮 𝐝𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨❞.
Una intención es un impulso de conciencia dirigido que contiene la semilla de aquello que buscamos crear. Sólo cuando liberas tus intenciones a las profundidades fértiles de tu conciencia podrán crecer y florecer.
Tomado de la red, créditos a quien correspondan.
La pensadora pasó por Barcelona para reivindicar la figura de Sócrates, el poder de no saber nada y por qué a la gente le cuesta tanto tener las conversaciones cruciales