01/05/2025
º de mayo: Día Mundial de Concientización sobre la Enfermedad de Lyme – Una pandemia silenciosa entre nosotros
Hoy, primero de mayo, no solo se conmemora el Día Internacional del Trabajo. También es una fecha clave para la visibilización de una enfermedad silenciosa, incomprendida y muchas veces desatendida: la enfermedad de Lyme. Esta jornada internacional busca crear conciencia, compartir información y generar redes de apoyo para quienes viven con esta afección, muchas veces ignorada por el sistema de salud.
Este año, cumplo 26 años de haber contraído neuroborreliosis, también conocida como neuroLyme. Esta enfermedad me acompañó como una sombra durante 17 años antes de ser diagnosticada. En ese tiempo, padecí síntomas extraños, dolores insoportables, episodios inexplicables de fiebre, parálisis y taquicardias sin causa aparente. Lo más desconcertante fue que todos los médicos a quienes acudí no encontraban nada. Simplemente, no sabían qué buscar.
El Lyme es una gran imitadora. Puede parecer una simple gripe, una neuralgia, un problema intestinal o incluso una crisis de salud mental. Muchos médicos no están capacitados para identificarla. A menudo, la enfermedad se vuelve crónica antes de ser reconocida y, aunque se trate con antibióticos, las secuelas pueden durar toda la vida.
En mi formación como bióloga, jamás me enseñaron que la borreliosis era un riesgo laboral. En mi experiencia de trabajo en campo, conocí compañeros que murieron de manera misteriosa. Recuerdo al menos tres que vivían en comunidades rurales, que enfermaron con dolores intensos, parálisis o fiebre inexplicable, y fallecieron sin diagnóstico. Años después, entendí que probablemente fue Lyme. Lo que me sucedía a mí les pasó también a ellos.
El acceso a los tratamientos no es difícil en términos económicos: los antibióticos necesarios están en farmacias comunes. Lo complicado es conseguir que un médico reconozca la enfermedad y se atreva a realizar el tratamiento correcto, prolongado y específico. En muchos casos, he tenido que alfabetizar a mis propios médicos, desde dentistas hasta cardiólogos. Porque después del Lyme, el cuerpo ya no responde igual: hay alergias nuevas, reacciones extrañas del sistema inmune, alteraciones intestinales, del sistema nervioso y del ritmo cardíaco.
Por eso, hoy alzo la voz.
Hay miles de personas en comunidades rurales, en ciudades, en ambientes profesionales que están en contacto con zonas de riesgo —agrónomos, ingenieros forestales, biólogos, veterinarios, trabajadores del campo— que no saben que pueden estar expuestos. Tampoco saben qué hacer ante un piquete de garrapata, qué síntomas observar ni qué estudios pedir. Es urgente capacitar a médicos y a la población general para que reconozcan las señales.
La enfermedad de Lyme no es exclusiva de ciertos países. Está aquí, entre nosotros, en esta región, y se ha expandido silenciosamente como una verdadera pandemia. Mientras más tiempo tardemos en nombrarla, más vidas se perderán en la incomprensión.
Escribí un libro acerca de esas casi tres décadas de aprendizajes, estoy dispuesta a compartir mi historia, a dar charlas en universidades, en comunidades, en organizaciones profesionales que trabajen en contacto con la naturaleza. Porque hablar salva vidas. Y porque es tiempo de romper el silencio.
Hoy, primero de mayo, también pensemos en quienes luchamos contra enfermedades invisibles. Y hagamos algo al respecto.