18/06/2025
“Un sábado, el hijo de un rabino decidió rezar en una sinagoga diferente a la de su padre. A su regreso, el rabino, curioso pero también un poco orgulloso, le preguntó:
—¿Y bien? ¿Has aprendido algo?
—Sí, naturalmente —respondió el hijo.
—¿Y qué te enseñaron allí? —insistió el padre.
—A amar a tu enemigo —respondió el hijo.
—Pero si eso mismo predico yo —replicó el padre, confundido—. ¿Cómo puedes decir que aprendiste algo nuevo?
Y entonces, con serenidad, el hijo respondió:
—Allí me enseñaron a amar al enemigo que habita en mí... mientras yo he pasado años tratando de combatirlo” (Jean Monbourquette).
¿Cuántas veces hemos intentado callar nuestras emociones, pelear con nuestras debilidades o rechazar las partes de nosotros que no nos gustan?
Nos enseñaron a perdonar a los demás, pero no siempre a reconciliarnos con lo que sentimos, con lo que hemos vivido, con lo que aún no sanamos.
Amar al enemigo que habita en mí es mirarme con compasión. Es no juzgarme por lo que todavía no entiendo, no señalarme por lo que me cuesta, no avergonzarme por lo que aún duele.
Es abrazar a esa versión rota, cansada o confundida de mí.
Porque solo cuando dejo de pelear conmigo mismo, empiezo a construir una paz que no depende de lo que sucede afuera, sino de cómo me trato por dentro.